Serie de entrevistas científicas desde el CCT CONICET-CENPAT. Guillermo Folgueras
La forma de comunicarnos y relacionarnos con nuestros seres queridos, la manera de comprar la comida y por lo tanto de alimentarnos, de estudiar, la forma trabajar y de subsistir. De ser, estar y sentir. Todo se ha puesto cabeza abajo, se ha trastocado y por lo tanto parece pertinente preguntarse, que pasará con nuestro modo de vida al finalizar la pandemia ¿Cuál de todos los horizontes posibles, se volverán realidad en el futuro inmediato? Es por eso, que conversamos con el filósofo e investigador independiente del CONICET, Guillermo Folguera, para solicitarle, aunque más no sea, una pizca de claridad ante tanta incertidumbre.
* A modo de advertencia, una aclaración necesaria antes de responder.
“Estamos viviendo una situación extremadamente particular cuyas consecuencias cuestan visibilizar como así también la magnitud del impacto. Muchos diagnósticos en los que aparecen aspectos éticos y políticos, se mezclan con los deseos. No me ruboriza, admitirlo. Existe una tendencia a cierta pretensión de universalidad en las respuestas. Esto, en Argentina no es posible. Existe diversidad en cuanto a clases sociales, modos de vida en el territorio, hábitos y muchas actividades son, en algunos casos, por suerte y en otros, lamentablemente, muy volátiles”, sostiene el filósofo.
¿Cómo te imaginas que se verán afectados los modos que tenemos de relacionarnos, las interacciones sociales, pos-COVID-19?
Existen dos polos de tensión. Uno, expresado por el factor del miedo; por un sálvese quien pueda a nivel social. Esto es muy motorizado por los grandes medios de comunicación y por algunos sectores gubernamentales, y se intenta presentar al otro como un potencial poseedor de patógenos que pueden invadir mi cuerpo y el de mis seres queridos, Necesito mantenerme alejado. Sus acciones van a ser demandadas por mi persona mediando el Estado. Ahí es donde aparece, si se me permite, el “buchonear” al otro, sin acudir a relaciones interpersonales directas. Es un otro al que debo temerle. En términos de control, este fenómeno no es nuevo. Esto es un polo y nada me hace pensar que ese polo es el que va a gobernar cuando esto finalice. Por otro lado, la pandemia también resaltó la idea de que no puedo salvarme solo y que tanto materialmente como afectivamente las otras personas son fundamentales en mi vida. En mi caso personal tuve que hacer una cuarentena estricta junto a mi familia por que viajamos por trabajo y durante esos 14 días en los que no podíamos ni ir al supermercado, la clave estuvo en el apoyo y asistencia de vecinos y amigos del barrio. Qué conclusión puedo sacar de mi propia experiencia sino, que es en ese entramado donde voy a encontrar mi propio bienestar y que tengo que contribuir a reforzarlo ¿Cuál de estos dos polos va a reinar? Es una pregunta política. Si lo que se viene es un entramado colectivo de cuidados o una sociedad de pisar cabezas y del sálvese quien pueda. No quiero hacer futurología en ese sentido. Si quiero dejar en claro que mis acciones van pensando en una sobre la otra. Como decía el proverbio anarquista: no hay salvación sino es con todos.
Los modos de interactuar y relacionarse también se han modificado en el ámbito educativo
De vuelta aparecen aquí, dos polos. Por un lado un polo deseable en el plano de los contextos educativos. Un montón de instituciones modifican su forma de dictar clases, adoptando diferentes plataformas. Esto es una notable posibilidad tecnológica, que antes no existía. Ahora, tenemos que tener en cuenta, la diversidad de las formas de vida, la posibilidad de acceso a esas tecnologías y la administración de los tiempos y condiciones materiales. Aquí empezamos a observar que el sistema educativo está montado, en el grueso de los casos, con una lógica de tipo presencial. Lo corporal toma valores cada vez más crecientes cuando lo que está en juego, son situaciones muy endebles, donde lo escolar no se completa con una información o con una formación; sino que en muchos casos está vinculado a la posibilidad que una persona coma o encuentre un contexto que lo contenga. Es ahí, donde este desplazamiento educativo hacia lo tecnológico se desvanece y simplemente lo que hacemos es mirar para otro lado, dándole un lugar secundario. En esta cuestión educativa, hay una especie de publicidad que se nos vende. Un desplazamiento fácil hacia lo tecnológico, en las que un montón de problemas y necesidades, desaparecen. La educación virtual es un escenario a discutir. Mi sensación es que puede hacerse en un sentido formal. Puedo dictar un curso de posgrado de forma virtual pero es otro curso, diferente al que doy de manera presencial. Debemos pensar no como dictamos la educación sino en que se ha transformado.
¿Y en cuanto a las relaciones laborales?
En el trabajo se observa el advenimiento de un escenario que ya había comenzado de enorme flexibilización laboral y precarización. Hay un avance de los trabajos de plataformas informáticas; de “las changas”. Las personas aprovechan sus tiempos libres, ahora desde la figura del emprendedor y tienen seis o siete trabajos de diferentes características. Esto se articula con un proyecto educativo en juego. La flexibilización y la precarización, se observan en distintos escenarios y en este contexto de pandemia se terminan de visibilizar. No tenemos, mayormente una sociedad de personas asalariadas, en blanco, con necesidades cubiertas en lo que respecta a salud. Hay una desprotección. La cuestión tecnológica que involucra a lo laboral es una forma avanzada de flexibilización y precarización. Esto ya ha venido dándose desde hace tiempo y la pandemia lo ha dejado expresado. La pregunta que yo haría es si se enraizará más después de esto.
Hay cuestiones culturales pero vinculadas a la salud como lo alimentario, que también se han visto trastocadas. Lo que comemos, como lo comemos, la forma de conseguirlo, etc.
El tema alimentario es fundamental en este contexto y se está discutiendo poco ¿Se puede hablar de salud independientemente de la alimentación? Eso no es posible. En Argentina se está comiendo mal. Comemos cosas que ni sabemos que son, estamos teniendo exceso de un montón de productos, un montón de químicos de diferente naturaleza y desconocemos estrictamente que le hacen a nuestro cuerpo. Algunos productos que consumimos son culturales y otros se relacionan a un desplazamiento y a una rápida expansión de la alimentación de origen industrial. Aparece el factor tiempo como un tema fundamental. Vivimos en una sociedad que está apurada y por eso la cuarentena nos impresiona mucho. Se nos impone un ritmo vertiginoso, que se expresa en la cuestión laboral donde todo el tiempo tengo que estar produciendo, en la cuestión educativa donde todo el tiempo tengo que estar respondiendo a demandas y aprendiendo determinadas técnicas para poder insertarme en el mercado. Este tiempo que lleva a que las relaciones humanas, paradójicamente, no tengan tiempo, este tiempo que en el caso de la alimentación es fundamental. Alimentarse, cocinar, lleva tiempo. Comprar bien, lleva tiempo, sumado a que es costoso económicamente. Si comprendemos todo esto, podemos observar que en este escenario, el tema alimentario es dramático. La comida rápida triunfa en ese sentido por una cuestión de tiempo, y tenemos un desafío enorme por delante ¿Que significa comer bien? Significará tener autonomía, tener capacidad de elección, disponer las condiciones materiales, pero también tener tiempo: para sentarme en la mesa, para cocinar sano. Son todos elementos que la cuarentena ha puesto en evidencia y expuso la fragilidad de nuestro sistema alimentario.
Por Alejandro Cannizzaro y Diego Nuñez de la Rosa