lunes, diciembre 29, 2025
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Editorial: El turismo, la economía y el desafío de Las Grutas

El verano se asoma en el horizonte, y con él la pregunta que cada año resuena en el litoral atlántico rionegrino: ¿cómo será la temporada?.

Las Grutas y el Puerto del Este dependen del turismo no sólo como fuente de ingresos sino como el corazón mismo de su economía, sumemos a San Antonio Oeste también en esta posibilidad. Pero el clima económico nacional, con una clase media endeudada y una banda cambiaria que empuja a muchos al exterior, no ofrece un panorama alentador.

Dos variables se entrelazan con fuerza y definen el pulso de lo que viene. Por un lado, el estancamiento salarial y la saturación del crédito golpean a la clase media, ese segmento que históricamente sostiene el turismo interno. Por otro, la relación con el dólar, que vuelve a jugar su papel de brújula: si viajar afuera resulta más ventajoso, los sectores con poder adquisitivo lo harán sin dudar.

El impacto se siente en los números. Según el INDEC, entre enero y julio de 2025 más de 8,2 millones de argentinos viajaron al exterior, mientras que el ingreso de turistas extranjeros apenas llegó a 3,1 millones. En términos simples, por cada visitante que llega, casi tres se van. El fenómeno no es nuevo, pero la tendencia se acentúa. Lo preocupante no es sólo la magnitud de los que salen, sino quiénes son: sectores medios que, aun con ingresos deteriorados, priorizan gastar sus ahorros en unas vacaciones “afuera”, como si ese viaje funcionara también como una válvula de escape emocional tras años de inflación y desencanto.

Mientras tanto, los destinos nacionales intentan reacomodarse. En Las Grutas y sus alrededores, donde el turismo es la principal fuente de trabajo, la expectativa se modera: ya no se aspira a temporadas récord, sino a temporadas aceptables. La lógica es de conservación, no de expansión. Cada verano se convierte en un acto de equilibrio entre atraer visitantes sin espantarlos con los precios, y cubrir los costos de una estructura que sólo funciona a pleno unos pocos meses al año.

Los operadores locales lo saben: los márgenes son estrechos. Las tarifas de alojamiento, gastronomía y servicios deben competir no sólo con otros destinos argentinos, sino también con paquetes internacionales que —en algunos casos— resultan más económicos. La comparación con Brasil, Chile o incluso Uruguay se repite cada año, y suele despertar la polémica. Los turistas locales reclaman precios razonables; los empresarios, por su parte, argumentan que la presión impositiva, el aumento de los servicios y los costos laborales hacen imposible ofrecer tarifas más bajas.

Detrás de esa discusión late una verdad incómoda: la Argentina turística se fragmenta al ritmo de su economía. Mientras algunos logran tomarse un avión rumbo al Caribe o Europa, millones de familias deben hacer cálculos para ver si podrán pagar un departamento por una semana o, directamente, si podrán salir de vacaciones. En los sectores más vulnerables, el verano significa otra cosa: la búsqueda de un empleo temporario, una changa, una feria de temporada donde rebuscarse.

En ese contexto, Las Grutas enfrenta una vez más la paradoja que define su destino: depende de la clase media, pero esa clase media se achica y se endeuda. Depende del dólar, pero no lo controla. Depende del turismo, pero no puede garantizarlo. La pregunta que se abre, entonces, es cómo sostener una economía que vive de la llegada de otros, cuando esos otros cada vez dudan más si pueden venir.

El desafío no es sólo económico, sino también de planificación. Las Grutas, San Antonio y el Puerto del Este necesitan estrategias que trasciendan el corto plazo. No alcanza con promociones o eventos para el verano; se requiere una mirada integral que diversifique la oferta, potencie el turismo de todo el año y consolide la identidad regional más allá de la estacionalidad. Apostar al turismo interno implica también fortalecer el poder adquisitivo de los argentinos, mejorar la conectividad y repensar políticas que favorezcan la competitividad sin resignar calidad. “Teléfono” para el EMPROTUR.

De aquí a enero, el debate volverá a ocupar las mesas de cafés, las reuniones familiares y los medios: ¿están caros los destinos argentinos? ¿Conviene más viajar afuera? Pero detrás de esas preguntas cotidianas se esconde una discusión más profunda, casi estructural, sobre la fragilidad del modelo económico que sostiene a los principales balnearios del país.

Las Grutas no es ajena a esa realidad. Como cada año, se prepara para recibir visitantes, reinventarse y resistir. Pero también necesita —más que nunca— una política turística que mire más allá del próximo verano. Porque si el turismo sigue siendo el alma del Golfo, habrá que evitar que esa alma se desgaste entre el vaivén del dólar y el bolsillo cada vez más flaco de quienes, cuando pueden, todavía eligen el mar patagónico.

El verano que viene será, otra vez, una prueba. No sólo para el turismo: también para la economía que lo sostiene y para el país que aún busca reencontrarse con sus propias playas.

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