Cuando San Antonio Oeste recibió a los Príncipes de Gales





HISTORIAS SANANTONIENSES. Era fin del verano y es posible hayan tenido buen exponente del fino polvo levantado por el convoy ferroviario que acercó a los afamados visitantes los prícipes ingleses Eduardo y Jorge (luego reyes). Arribaron a la costa rionegrina en una de las líneas del ferrocarril soñadas y alentadas por Ezequiel Ramos Mexía.


En 1931 San Antonio Oeste mostraba el incipiente puerto marítimo más activo al sur de Bahía Blanca. El primer aeródromo rionegrino -Laguna Las Máquinas- y único después del bahiense hasta Trelew, usado por Aeroposta.

En los primeros días de marzo de 1931 el pequeño y quieto poblado sanantoniense estuvo conmovido. Una escuadrilla de aviones -dividida en dos grupos de siete y cinco naves- procedente del portaaviones «Eagle» anclado en Puerto Belgrano, se posaron en la pista natural de SAO. Eran equipos Fairey y Ripons, comandada por el capitán J. H. Day. En dos de ellos regresarían los nobles británicos: 57-S-1343 el príncipe de Gales y en el 54-S-1346, su hermano Jorge.

«Fue todo un acontecimiento para la población, pues nunca se habían visto tantos aviones juntos… los pilotos todos muy jóvenes fueron homenajeados con una recepción de gala y baile en la Sociedad Italiana, ofrecida por las autoridades y fuerzas vivas locales; esto fue un acontecimiento social…» (Lefebvre, R. H. 1977).

Otro autor escribió: «El tren oficial que había llegado a la hora indicada a la estación local volvió de inmediato al kilómetro cero frente al campo de aviación solamente con el príncipe de Gales. El príncipe Jorge había bajado en la estación, que en aquel año se encontraba en puerto del canal oeste, actual ubicación de la oficina de control del Ferrocarril Roca. Desde ese punto viajó a pie acompañado de algunos de los miembros de su comitiva; cruzaron el pueblo de nordeste a sudeste hasta llegar al lugar del aeródromo…». Y agregaba seguidamente: «San Antonio Oeste había preparado una digna recepción a los príncipes, pero no tuvieron los organizadores ocasión propicia de exteriorizar esa demostración… Su comisión de agasajos había colocado arcos triunfales con inscripciones de «Welcome» y banderas de ambos países por donde presumían podría transitar la gentil figura del que más tarde sería coronado como rey de Inglaterra…Tenían premura». (Guerreño, R. M., 1972).

No coinciden ambos autores, antiguos pobladores de SAO, ya fallecidos, en cuanto al agasajo. Pero el epígrafe a una fotografía publicada por el diario La Nueva Provincia (BB) (17-3-1931 pág. 6) parece aclarar el asunto al decir: «Aspecto que presentaba el ambigú del Club Social la noche del 4 del actual, festejando el paso de los príncipes Eduardo y Jorge de Windsor, y cuyo baile fue dado en obsequio del gobernador David J. Uriburu y su comitiva. Asistieron los oficiales de aviación del portaaviones Eagle, que quedaron en dicho lugar para seguir por ferrocarril hasta puerto Belgrano». Los huéspedes sajones habían viajado el día anterior.

Cabe recordar que el comisionado comunal de facto en ese momento era Cedo Cetkovich y estuvo a cargo del municipio desde noviembre de 1930 hasta mayo de 1931, según los relatos de la época «apenas pudo saludar a los notables visitantes», según relata la crónica Cetkovich estuvo mucho tiempo en el Tiro Federal Independiente dónde alojaron a los pilotos y los pertrechos de aviones, también lo refiere Héctor Izco brevemente en su libro.

Hace 92 años, dos hermanos, nobles y británicos recorrieron el sur rionegrino en vapor, automóvil y ferrocarril. Y el mayor de ellos, cinco años después, era coronado -como Eduardo VIII- rey de la Gran Bretaña e Irlanda, de los dominios británicos de ultramar y emperador de la India.

Durante la Primera Guerra Mundial estuvo en Francia, Italia y Egipto y sus compañeros de armas lo llamaban «el muchacho». Poco duró su reinado: unos meses, pues el amor por la divorciada norteamericana Wallis Warfield Simpson tuvo más imán; las leyes sajonas eran terminantes.

Como final, una amable rectificación, para no incurrir en futuros errores de consulta. Lo que recordamos ocurrió en 1931 y no en 1930, como se expresa en «Guerreño, Ramón M. Revista de la Junta de Investigaciones y Estudios Históricos», (R. Negro) 2-1972 y en el excelente libro de Lefebvre, R. H. Mi querido puerto, 1977. (Fuente Héctor Pérez Morando – Revista Todos es Historia – Diario La Nueva)

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