Historia en los inicios de la Prefectura Naval en San Antonio, entre tragedias y anécdotas





HISTORIAS SANANTONIENSES. En la magnífica biblioteca del Círculo de Oficiales de Prefectura Naval Argentina, existe  una recopilación de las revistas publicadas por esta entidad, años atrás, de cuyas páginas rescatamos un artículo escrito por el entonces Decano de Prefectura, Prefecto Mayor (RE) D. Julio Benavidez, donde deja, para conocimiento de las futuras generaciones, testimonio de un episodio que le tocó vivir, siendo Jefe de la Ayudantía Marítima de San Antonio Este:

“…Corría el año 1909. Me encontraba prestando servicios como Jefe de la Ayudantía Marítima de San Antonio Este, en el entonces Territorio Nacional de Río Negro”.
 “En San Antonio Oeste, pueblo de reciente fundación, con motivo del comienzo de la  construcción del Ferrocarril a Bariloche, actualmente empalmado con el Ferrocarril General Roca, existían ya muchas casas de comercios, en particular varias barracas de los pioneros Peirano, Podestá y Cía., Lahusen y Cía., Colombo, etc. y sólo contaba con una comisaria de campaña a cargo de un comisario, un cabo y unos ocho agentes”.
 “Un mal día, dos alemanes, Chelin y Malín, cubiertos el rostro con pañuelos negros y  provistos de grandes pistolas del tiempo de “ñaupa” asaltaron la casa de comercio Lahusen, en pleno día, y con la bolsa llena de plata, tomaron las de “villadiego”.
 “Casi simultáneamente, cerca de la planicie de Sumuncurá, se había encontrado el  cadáver de una menor de 16 años que fuera raptada por un forajido quien, satisfechos sus instintos perversos, la había degollado. También era necesario apresar a otros sabandijas que tenían cuentas pendientes con las autoridades”.
 “La policía del territorio sólo contaba, como antes se dijo, con un comisario y unos pocos  agentes. De allí que se me solicitó cooperación, dada la gravedad y urgencia del caso”.
 “Consulté a la Prefectura General, recibiendo la siguiente repuesta telegráfica: Coopere con la policía del territorio como y con lo que pueda-Firmado -Almirante Blanco- Prefecto General”.
  “De inmediato dispuse marcha en bote a vela a San Antonio Oeste, con el Cabo Fontana,  único criollo que tenía a mi servicios. Los marineros eran todos gallegos natos, venidos de quien sabe dónde, muy borrachos pero muy guapos en el mar”.
  “Nos incorporamos a la comisión de la Policía del territorio, bien empilchados y armados, y  marchamos, siguiendo la pista de informaciones practicadas”.
  “Embarcamos en el tren de reciente construcción, hasta una estación cuyo nombre no  recuerdo y paramos en la casa de la estancia del Sr. Lahusen, bastante confortable. La nieve caía sin cesar. No obstante, había que seguir el viaje”.
  “Nos facilitaron una tropilla de hermosos caballos. Ensillamos, y salimos en marcha  acompañados por un baqueano”.
  “Ya cerca de la planicie de Sumuncurá, hicimos noche en un pequeño caserío, encerrando  los caballos en un corral”.
 “Al amanecer del día siguiente, tuvimos una sorpresa desagradable. Los caballos no  estaban en el corral y la tranquera estaba abierta. No cabía duda; habían sido robados por los indios, restos de araucanos, para darse varios banquetes de carne de caballo, su manjar favorito”.
 “¿Qué hacer? ¿Perseguirlos a pié? Por otra parte, no podíamos perder tiempo y había que  seguir adelante. Conseguimos un par de montados (caballos) y…. ¡a la caza de caballos¡ Poco a poco logramos tener un número suficiente, no importaba si tenían o no dueños y seguimos la marcha, siempre nevando”.
  “Pocas horas después estábamos ya al pié de la planicie de Sumuncurá;¡imponente¡ a la que debíamos subir”.
 “Situada en el Territorio del Chubut, a unos quinientos metros de altura; para llegar arriba  siguiendo al baqueano debíamos seguir caminos angostos de piedra, en partes a pié, con el caballo de tiro, apenas si pasábamos, y sin mirar abajo, por temor al vértigo”.
  “Como a trescientos metros de altura, resbaló el caballo que llevaba de tiro mi asistente
(Se refería el Cabo Fontana, de la Subprefectura de San Antonio Este)y cayó al precipicio. El hombre tuvo que seguir a pie hasta llegar arriba”.
  “Por fin, después de tantos peligros, llegamos arriba y encontramos una extensión plana  como de setenta u ochenta leguas, según el baqueano, todo de piedras sueltas”.
bomba “No habíamos marchado más de cinco kilómetros, cuando los caballos comenzaron a  despiarse (romperse los cascos). Para colmo mi asistente (Cabo Fontana) iba enancado con un agente de policía, por la pérdida de su equino”.
  “Llegó el momento en que el baqueano dijo -en la primera toldería encontraremos caballos  acostumbrados a estos lugares”.
 “Cada cinco leguas o más, se encontraban grandes hondonadas como de dos cuadras de  diámetro y allá en el fondo, bajando por estrechas sendas, estaban en efecto las tolderías, si mal podía llamarse a unas viviendas de palos a pique y lonas, de no más de un metro de alto, para reparo del viento”.
  “En cada una de ellas vivía un indio cazador de guanacos, avestruces, pumas y cuanto  otro bicho viviente encontraban y en su compañía cuatro o cinco mujeres y diez o quince perros, en repugnante promiscuidad.”
 “Nuestra llegada causó gran alboroto, como que era la primera vez que llegaba la policía a esos lugares y nos recibió una jauría de perros. Fue necesario hacer disparos al aire para ahuyentarlos y poder desmontar”.
  “Allí comimos algunas conservas que llevábamos en las maletas y nos convidaron con  picana de avestruz asada”.
  “Entrada la noche, siempre nevando, mi compañero el comisario me dijo: ¿tendremos que  aguantar al raso?- ¿No veo otro remedio?- le contesté”.
 bombillas “Mientras tanto, los agentes prendían fuego para calentarse un poco, yo ordené a mi  asistente (Cabo Fontana) que me envolviera como bicho canasto con la carona y demás pilchas del recado y así lo hizo, colocándome cerca del fuego. El caso es que pude dormir con la resistencias propias de mis veinticuatro años”.
  “El comisario resolvió meterse en un toldo, pero no había pasado una hora, cuando salió  desesperado sacándose la ropa a tirones, a pesar del gran frío reinante, porque claro, se había llenado de parásitos (piojos); me causó mucha gracia, pero al día siguiente, a pesar de haber dormido yo como bicho canasto, a cuatro o cinco metros de los toldos, sentí una enorme picazón en la cabeza, me pasé un peine y también encontré dos o tres parásitos. Derretimos nieve, nos higienizamos, tomamos unos mates y a ¡seguir la marcha¡”.
  “Cambiando de baqueanos y montados, así pasamos varios días, hasta que por fin  llegamos a la guarida del criminal que buscábamos. Descendimos cautelosamente a la madrugada y caímos de sorpresa. Notamos que en la puerta del rancho había un buen flete ensillado, y atropellamos. Al golpear, una chica contestó -¿qué quiere?- ¡Policía¡ -le dijimos- y ella contestó -aquí no hay nadie más que yo- Como no abría, con el anca de un caballo derribamos la puerta y debajo de una cama de tientos con algunas pilchas, encontramos al hombre que buscábamos, perfectamente armado con carabina, revólver y facón, aunque no opuso la menor resistencia, entregándose”.
  “Colocadas las esposas en sus muñecas y atado a su caballo, seguimos marchando. A  una legua de distancia, ya en el llano, encontramos una barraca y fonda, en unos galpones que clamaban por unos puntales, para no caerse”.
 “Sin embargo, nos pareció muy confortable, con relación a lo que habíamos soportado y  sufrido. Allí permanecimos dos días y ya repuestos, comenzamos el regreso hacia la estancia de Lahusen, pero ya en caminos llanos”.
  “Después de un día de trote y al galope ¡por fin llegamos¡ envueltos en cueros de oveja y  quillangos de guanacos, cubiertos de nieve, parecíamos esquimales”.
  “Tuvimos conocimientos de que los asaltantes de la casa Lahusen habían sido detenidos  cerca de San Antonio Oeste, por los agentes que habían quedado en el pueblo, habiéndolos encontrado en un refugio improvisado en la costa del mar”.
 “Era pues llegado el momento de regresar al punto de partida, como así lo hicimos en tren,  con nuestro prisionero y otros tres forajidos, llegando a San Antonio Oeste, felizmente, sin ningún enfermo, salvo algunas contusiones por caídas de los caballos, que eran chúcaros y redomones”.
 “Honra asentada en mi foja de servicios una nota de elevado concepto, remitida por el  Gobernador del Territorio de Río Negro Dr. Miguel Gallardo; el mejor premio que podía aspirar”.
 “Así servíamos a la patria los veteranos de PREFECTURA” concluye su relato escrito, El Prefecto Mayor (RE) D. Julio Benavidez.
FALLECIMIENTO, EN ACTO DEL SERVICIO, DEL MARINERO TOMÁS ALMIRÓN.
tomas almiEn cumplimiento de una orden del servicio, el Marinero D. Tomás Almirón, el día 3 de agosto de 1942, se encontraba pintando unos antiguos proyectiles de cañón, utilizados como adornos del mástil de la Ayudantía de San Antonio Oeste, adonde prestaba servicios desde el 4 de noviembre de 1920.
Para remover la pintura vieja, procedió a calentarlos en un bracero, causando el calor la  explosión de uno de ellos, hiriéndolo mortalmente, ya que le mismo se encontraba en las inmediaciones.
Prefectura General Marítima (denominación de la época de PNA) de las actuaciones  incoadas, resolvió dictaminar que el accidente se había  producido en acto del servicio, acordándosele a su viuda una pensión mensual, equivalente a las dos terceras partes del sueldo que percibía al momento de su muerte.

Investigación Histórica de Marcelo Pesaresi 

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