HISTORIAS SANANTONIENSES. El Gualicho, soledades de piedra y distancia donde el cloruro de sodio enloquece los ollares de las bestias y se enseñorea en una de las salinas más grandes del país. Enorme planicie cuya depresión alcanza los 72 metros bajo el nivel del mar. Hasta los pájaros carroñeros se arrutan irremediablemente y las huellas se pierden en la espesura chata de la estepa.
Todo es silencio y antes fue mar. Por eso los restos del delfín picudo de Cuvier y del Carcharadón Megalodón. Lugar donde al decir del cacique Casimiro “quedan los osamentas” de hombres y de bestias.
El Gualicho, donde está la Puerta del Diablo y la temible Salamanca que evitaban tehuelches y mapuches. Viejos ritos para reverenciar al Mal. Para tener suerte, para poder pasar sin inconvenientes, para no morir de sed.
“Dicen que una chica se metió al Bajo del Gualicho y se perdió. Ni rastro de ella encontraron. Nada. Nada. Se perdió cuidando ovejas. Porque antes se cuidaban los animales a pie. No había caballos. Cuando yo era chica no teníamos caballos. Después mi padre tuvo capital y los compró en Río Colorado. Llevó tejido, sobrepuesto, matra y los cambió. Se perdió la chica.
Después dicen que la encontraron petrificada arriba de un banco de sal. Los que la vieron se asustaron y escaparon. Fueron a avisar al padre y a la madre, pero cuando regresaron a verla ya no estaba. Ni rastros hallaron.
Dicen que nadie podía llegar allí. Corría viento y llovía. ¡Un temporal! La chica no apareció más. Tenía que ser el Gualicho. Eso contaron por ahí. Nosotros sabemos esto por la conversación de la gente que contaba todo. Se llama bajo del Gualicho porque el diablo vive allí”.
Historias, contadas de los paisanos que veces en estas regiones caídas de toda cartografía “viajan del mito a la realidad”.
“El 13 de marzo de 1932, en la “Laguna del Pisadero”, se encontraba don Macedonio Belizán, con un arreo de vacunos, con destino a Viedma; Pío García, un muchacho, acampaba a unos 300 metros del camino que lo conducía a la casa; en lugar de tomar el camino, Pío salió en dirección a la Laguna del Bagual, en el caballo “El Manchado”. Este animal apareció tres días después. Observando, Pío lo había cambiado por un tostado, con este caballo siguió con rumbo al Gualicho Chico, dos o tres leguas más adelante, dejó, regresando hacia atrás por el paso de la Laguna del Bagual, rumbo a Mancha Blanca. El conocía bien este paraje; de ahí que los rastreadores nos confiáramos pensando que estaba en lo seguro; fue todo lo contrario; el chico siguió para la laguna del Monte, donde su rastro se confundió con el de tantos animales que andaban por la zona. Ante la imposibilidad de seguir solos, los familiares, amigos y yo, que anduve día y noche, a la cabeza del rastreo, pedimos ayuda oficial para la búsqueda a larga distancia; todo el andar fue inútil. Tuvimos que aceptar que se perdió en la “Puerta del Diablo”.
Los estudiosos se preguntan al encontrarse allí “donde se juntan los caminos “en la Patagonia profunda del Gualicho ¿Quién seguirá los pasos de Bernabé Lucero, el salamanquero, para enfrentarse contra víboras y toros a cambio del don de tocar la guitarra?
“Bernabé Lucero conocía el Gualicho palmo a palmo; se fue encerrando en él, con su lirismo, con su silencio, su música y los misterios de aquella morada del diablo, al decir de las gentes. Algo sobrenatural se escondía sin lugar a dudas en el alma de aquel huraño. Para los ignorantes de la supervivencia, son brujerías. No para mí… desde un primer momento, presentí que un poderoso, como rebelde espíritu mapuche había encarnado en esa vida, guiándolo por el secreto de la música y el idioma de las soledades de piedra y arena. Pocas veces, o ninguna, Bernabé hablo de su quehacer en las largas ausencias”.
Y siguen las contadas en la prosa de los que dejaron testimonio del andar de Bernabé en el Bajo más temible de todos los bajos.
“Bernabé Lucero, sin escuela ni oficio, despertaba la admiración y el temor de quienes lo escuchaban. Mariano Villalba fue uno de los que le pidió que le enseñara lo que él había aprendido; Lucero le manifestó: -Yo te puedo transmitir lo mismo que aprendí, pero tenés que venirte al cruce de los caminos una noche. Si sos hombre de coraje… vas a aprender lo mismo que yo. Mariano Villalba, no fue”.
Dicen que estaba desfalleciente debajo de unas plantas de molle en su Gualicho y que repetía que los hombres como él debían morir de esa manera. Lo trajeron al hospital de Valcheta y en ese momento se encontraba internado un nieto del cacique Huenteleo. Lucero se acercó y le dijo: Vengo pa irme al chenque. Muchos años después al lado de su sepultura creció una planta de molle, seguramente para cobijar bajo su sombra la leyenda del salamanquero, que así debe morir.
“De este modo –dice la escritora Josefina de Ballor- nos dejó el cantor más misterioso del Gualicho, llevándose los secretos de sus noches, de sus ojos en la lejanía y de su guitarra de embrujo, seguramente quedará la leyenda”. Y no se equivocó.
Hoy hay abundante bibliografía sobre Bernabé y el Gualicho: artículos, notas, estudios, canciones, obras de teatro, guiones para un largometraje, pero sobre toda la magia incomparable de su leyenda que persiste en cada viejo poblador que supo tratarlo y que está a la vuelta de la esquina en cada rincón del pueblo de Valcheta.