Desgraciadamente los políticos argentinos en su gran mayoría no han advertido que la política tiene su propio dinamismo y los contextos cambian vertiginosamente. Lo que ayer era bueno hoy es caduco porque en este ancho mundo todo cambia.
Son nuestros políticos vernáculos, al decir de Silvio Rodríguez “testaferros del señor de los aplausos, servidores del pasado en copa nueva”.
Nunca leyeron ni asimilaron las palabras de Jesús en su evangelio cuando advirtió hace más de dos mil años que “no se puede echar el vino nuevo en odres viejos”.
Excepto con la irrupción de Javier Milei, son las mismas figuritas repetidas presas en viejas consignas, las que si en determinado tiempo fueron acertadas hoy están fuera de tiempo y lugar.
Y a la oposición que fue vencida en las últimas elecciones les valdría recordar la admonición de la madre de Boabdil, el último rey moro de Granada que “no se puede llorar como mujeres lo que no supieron defender como hombres”.
No han entendido que se debe hacer una amplia autocrítica y entender los nuevos tiempos que se agitan en el mundo y que nos engloban. Porque la casa que se llueve es la de ellos. Sino seguirán tropezando con la misma piedra.
Lástima el argentino común, el de a pie, ese que sufre y trabaja por un magro jornal. De ellos se podría decir como el Cid Campeador al pueblo de España oprimido por un rey injusto: “Qué buenos vasallos serían si tuviesen un buen señor”.
Y así los vemos, adocenados, suficientes, soberbios. Apoltronados en los mullidos sillones del Poder desde el Poder Ejecutivo hasta la última Comisión de Fomento (no todos, es cierto).
La gran pregunta parafraseando a Cicerón: ¿Hasta cuando estos Catilina de cuarta agotarán nuestra paciencia?
Tal vez hasta que en este país “venga un criollo a mandar”. Si no será nuestra condena esperar a un Godot que nunca vendrá adentro de dos tarros de basura.
Jorge Castañeda – Escritor – DNI 8,569.045 – Valcheta
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