La política es una construcción responsable (por Jorge Castañeda)





Nada o poco se puede hacer cuando en la política, en este caso la vernácula, en vez del debate de ideas y la búsqueda de consenso para los grandes temas comunes, afloran las apetencias personales y los intereses de sector en contiendas de baja calidad. Así, con declaraciones superficiales y la agresión sistemática como norma, solamente se pierde el tiempo en disputas rampantes. Y ya sabemos lo que sucede cuando los liliputienses atan al gigante: los ciudadanos sufren las consecuencias.

En cualquier democracia que se precie de tal, el deber de la oposición es construir desde el  disenso y en forma responsable disentir con las medidas que se consideren erróneas de una gestión, dejando para tiempos electorales la política subalterna de partido, con chicanas y agresiones que en realidad en vez de hacer ganar votos los espanta y repugna a la ciudadanía.

La política es una construcción responsable, armónica, cotidiana, donde el viejo apotegma de los griegos difundido por Juan Perón debiera tener una vigencia liminar en la dirigencia: “Todo en su medida y armoniosamente”. No se puede en política perder esa medida: la del respeto, la de búsqueda de soluciones en conjunto, la del trabajo responsable y armonioso en lo legislativo, la de consensuar acuerdos y proyectos a largo plazo más allá de las gestiones que se sucedan en el tiempo.

Es necesario capacitar a los jóvenes en el estudio de la historia de los partidos políticos, en las técnicas de conducción, en la implementación de talleres  de técnica legislativa y materia constitucional, en políticas municipales, en la forma de conducir; pero para eso las sedes partidarias deben estar abiertas permanentemente y no solamente un mes antes de alguna elección, donde apenas si son usados para labores asistencialistas o de barricada.

La formación de  dirigentes con un perfil de estadistas es una de las grandes falencias de la política provincial. “Un jefe –dijo César Cantú- debería serlo aquel que sobrepasa a los demás en virtud, habilidad, saber. Que usa el poder supremo sin mirar su comodidad, o su propia utilidad. Los poderes políticos corresponden a quién es más capaz de hacer prevalecer la ley común de la sociedad. Es decir: la justicia, la razón y la verdad”. De eso simplemente se trata.

En ese mismo sentido Plutarco, en sus “Vidas Paralelos” (uno de los libros de cabecera del general Perón) hablando de la calidad de la conducción escribió que “Un ejército de ciervos dirigido por un león es mucho más terrible que un ejército de leones mandados por un ciervo”.

La decadencia de los partidos políticos tradicionales debería ser para sus dirigentes un tema preocupante y merecería una autocrítica que siempre han postergado. La única actitud que tienen es buscar las causas de sus derrotas en los demás y nunca reconociendo los errores propios.

Vacíos de contenido, sin una actualización de sus doctrinas, ajenos a un contexto mundial diferente y de un dinamismo que da vértigo, se quedaron anclados en el pasado y pecan  -otra vez Perón- de retardatarios. Siempre llegan tarde para todo y después de un domingo electoral se los ve llorando sobre la leche derramada.

En la conducción política hay que “tener mucho óleo de Samuel”, saber interpretar con amplitud de criterios las situaciones y sobre ellas “crear” las soluciones para armonizar los conflictos al menor costo posible. Así supo decir el cardenal de Rentz  sobre Richieleu “que sabía distinguir entre lo malo y lo peor y entre lo bueno y lo mejor”.

La responsabilidad de nuestra clase dirigente ante los desafíos de la historia es mayúscula, debiendo atender la calidad de vida del pueblo que es la finalidad suprema de la política.  Hoy más que nunca se debería rescatar la famosa frase escrita por Mariano Moreno en el prólogo a la traducción del “Pacto Social” de Juan Jacobo Roseau: “Si no se vulgarizan sus derechos (los del pueblo), si cada hombre no conoce lo que debe, lo que puede, nuevas ilusiones sucederán a las antiguas y después de vacilar algún tiempo entre mil incertidumbres, será tal vez nuestra suerte, mudar de tiranos, sin destruir la tiranía”.

El desafío que se impone a los hombres y mujeres de bien, es el mismo desde aquellos años. En nosotros está poder cambiar las cosas. No haciendo caso a sus políticas erráticas, no aplaudiendo ni formando corro cuando descalifican a los demás,  exigiendo proyectos e ideas y no dádivas y asistencialismo de la peor especie. Y sufragio en mano recordarles que solamente el pueblo es soberano y ellos sus mandatarios.

Escritor – Valcheta

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