Si el turista está vacacionando en Las Grutas y quiere gozar de una playa tranquila, de gran solaz y de belleza, deberá ir a la bajada “La Rinconada” y sabrá lo que estar en un verdadero paraíso.
Desde hace mucho tiempo es el refugio de los pescadores porque allí es abundante la pesca del pejerrey y el lugar elegido por quienes buscan espacios de tranquilidad lejos del ruido de otras playas más céntricas.
Por otra parte, La Rinconada ya era conocida y apreciada casi desde la misma fundación del balneario.
A principios de la década de los años 70 la inquieta pluma de la escritora doña Josefina Gandulfo Arce de Ballor en su interesante libro “Las Grutas” deja testimonio de dicho lugar, que merece destacarse como un documento de esa época fundacional.
Al acercarse desde San Antonio Oeste dice la autora que bajando del repecho se encontró con un paisaje sublime. “Pureza de nácar en los peñascos, restingas y elementos calcáreos como si la mano invisible de un artista hubiera blanqueado de cal todo lo que los ojos quieren aprisionar.
Este es un verdadero oasis. A lo largo de La Rinconada, formando el baluarte, las paredes naturales en forma de abrigos amplios, resistentes, moldeados por la acción de las aguas que llegan a bañarlas. Es una serenidad mística la que trasciende de esta substancia de esencia y presencia sin palabras: pedriscales con sedimentos; los motivos naturales con formas de corazón, cabecitas de pájaros, dijes, otras conformaciones de piedras con adornos incrustados en colores rosados, grises y jaspeados. Encontré –dice la autora- piedras distintas de todas, porosas y con unas rayas verdes”.
Y casi con voz profética señala en aquellos años que “turistas poseídos por el desasosiego característico de las ciudades, descubrieron este rincón de pesca y contemplación, que nunca olvidarán”.
“En este mismo lugar, en otros tiempos se establecían como buenos recolectores y cazadores los tehuelches y pasaban las noches contemplando la constelación redentora de la Cruz del Sur desde la paz de La Rinconada”.
“Al regresar, por senda de piquillines, me di vuelta subiendo por médano y quise contemplar por última vez la Rinconada. Abajo la arena y las piedras, arriba en el cielo el sol apuntaba con sus llamas sagradas el verde azulado de las aguas del mar. Las olas apenas se movían acunadas por una mano maternal. Yo pensaba mientras regresaba: -cuánta belleza que hay en el lugar”.
Han pasado casi cincuenta años y muchas cosas han cambiado desde este relato. Las nuevas urbanizaciones han acercado las distancias, un parador ofrece su oferta gastronómica conforme a la demanda de los turistas, pero la magia de La Rinconada sigue igual. En horas de la noche se puede observar a la luna reflejada en las aguas, los pescadores munidos de sus cañas esperando la recompensa de una buena pesca. Y durante el día los turistas bañándose en una de las playas todavía más tranquilas de Las Grutas.
Texto: Jorge Castañeda (Escritor – Valcheta)