HISTORIAS SANANTONIENSES. En una crónica supe glosar a esas viejas barracas que escribieron una página de gloria en la economía de nuestra región, especialmente en San Antonio Oeste y toda la querida Línea Sur.
Y en ella, como introducción a esta nota decía: “A mí me gustan las barracas. Pero esas de la tercera acepción del Diccionario de la Lengua Española que se define en América como “edificios en que se depositan cueros, lanas, maderas, cereales y otros efectos destinados al tráfico”.
“Me gustan las barracas y observar las tareas especializadas de los clasificadores de lanas, ver las estibas de los fardos de los fardos de polietileno de 220 a 300 kilogramos de peso, como una montaña blanca de vellones prietos. Observar como se aparta la barriga (de precio inferior); cómo se teme a la lana picada con sarna; cómo se aprecia un buen lote para hacer el calado. Porque como en todas las cosas de la vida hay lanas y lanas, de finuras y rindes distintos”.
“Me gustan las barracas. Mirar la precisión inapelable de la báscula con su pesado pilón, que es atraído por la fuerza de gravedad; la prensa hidráulica con su motor eléctrico y cajón con rieles; admirar la pericia de los trabajadores para cargar los camiones donde los bultos son elevados por la pluma y acomodados manualmente por los ganchos”.
En su ameno libro “San Antonio Oeste y el Mar”, Héctor Juan Izco, reseña en un capítulo a estos establecimientos tan característicos de esta localidad: “Reseñamos las barracas todas muy importantes, tanto por las firmas propietarias como por las superficies que ocupaban. La primera es la de la firma Sassemberg, que luego sería de “La Anónima”. Luego la de Peirano, Podestá, San Martín y Cía. La restante, de origen de nuestro pueblo Lahusen y Cía. Todas ellas de chapas de zinc. Hasta que por 1911 algunas de ellas, son desarmadas y se construye la primera de ladrillos (Esquina 9 de Julio y Av. H. Yrigoyen). Posteriormente y desde hace muchos años algunas se desarmaron, entre ellas la de Lefebvre (que se había construido sobre la calle 9 de Julio en donde antes existió la barraca de Podestá”.
Y continúo con mi crónica: “El escritorio, corazón de la barraca, me gusta menos, pero es imprescindible para todo buen negocio. Papeles, formularios, precios, fluctuaciones conforme al mercado mundial, certificados, burocracia, inestabilidad de la economía y del tipo de cambio, acoso del fisco y cuántas otras yerbas más”.
“Me gustan las barracas y por eso pido prosperidad para todos. Para el productor que siempre sufre, para el acopiador siempre paciente, para el exportador que confía en el país y también para mí, aunque solo me compre un buen pulóver (la palabra sweater no me gusta para nada), uno de los productos finales de tanto ajetreo”.
Jorge Castañeda (Escritor – Valcheta)