El hombre patagónico tiene una identidad propia. Austero de gestos y de palabras habla poco. Sabe que en estos páramos esteparios el silencio es saludo. Saben muchas cosas que los puebleros desconocen.
Son expertos en construir jagüeles, en reparar alambrados, en subirse a los molinos para arreglar algún desperfecto, en juntar a los animales cuadro por cuadro, en recorrer el campo con los ojos y los oídos siempre atentos por siempre hay que andar con cuidado.
Cierran y abren tranqueras, amansan caballos baguales, esperan con suma paciencia que llueva para que se llenen los tajamares, observan que no haya picaduras de sarna, esquilan si es necesario a tijera, atienden la chivada, curan las vacas enfermas.
Estos hombres raramente bajan a los centros poblados. Como sudo decir el poeta y escritor César A. Currulef, a veces los asusta el pueblerío. Son gente sencilla. Alambradores, puesteros, amansadores, rastreadores, leñateros, esquiladores. Ningún oficio del campo le es ajeno.
Saben por experiencia si el invierno será nevador. Se orientan en las noches por las estrellas. Al mirar el cielo saben si al otro día va a soplar viento o si las nubes traerán agua.
Son sufridos y como los vicios necesarios acopian mucha paciencia. Conocen al forastero con solo verlo o dejarlo hablar.
Saben armar el recado de su caballo prenda por prenda. Cocinar su propia comida, carnear algún cordero o chivito y ponerlo al asador o preparar un puchero con carne de oveja.
Se levantan muy temprano junto con el sol que despunta detrás de las lomadas. Enciendo el fogón ponen la pava tiznada para tomar unos mates amargos acompañados de tortas fritas sin levadura que sacan de una vieja lata de galletitas.
Siguen la huella de las sabandijas. Conocen su lugar piedra por piedra y pasto por pasto. Cuando ocasionalmente bajan al pueblo recalan en algún boliche para tomar una caña o una ginebra. La gancia –como le dicen- es un buen aperitivo para antes de comer algunas sardinas con cebolla y pan y luego como postre algunos duraznos al natural.
Facundo Pil, hombre de los pagos de Aguada Cecilio fue puestero por muchos años en un campo cercano a San Antonio. Laborioso, de grandes silencios y pocos ademanes ha accedido a su merecida jubilación, un premio a sus muchos años de trabajo.
Estos hombres cada día van forjando nuestra querida tierra patagónica. (por Jorge Castañeda Escritor – Valcheta)