El CIMAS, las instituciones y vecinos salvaron a 400 delfines en San Antonio Este. Magdalena Arias, investigadora del CIMAS-CONICET, coordinó el trabajo para ayudar a los animales a volver al mar
El martes a media mañana, la pequeña y tranquila localidad de Puerto de San Antonio Este se vio convulsionada por el ingreso de unos 400 delfines comunes (Delphinus delphis) a la bahía, un hecho que no es común, ya que esta especie no se caracteriza por ser costera. Inmediatamente, los vecinos del lugar se contactaron con Magdalena Arias, investigadora del Centro de Investigación Aplicada y Transferencia Tecnológica en Recursos Marinos Almirante Storni (CIMAS-CONICET), uno de los ocho institutos que conforman el CENPAT.
“A lo largo de estos años formé una red de personas que están en la costa y que me van pasando información cada vez que ven algo. Fue así como el martes a las diez de la mañana me avisaron que había una manada de delfines comunes cerca de la costa. Esta es una especie que no es costera, entonces cuando están cerca es porque algo está pasando, generalmente se trata de la presencia de depredadores, particularmente las orcas. Eso hace que los delfines se acerquen a la playa a buscar refugio, algo que ya lo habíamos visto en otras oportunidades”, cuenta la bióloga, que desde hace diez años investiga el efecto de las actividades antrópicas particularmente en delfines y ballenas y que actualmente es docente de la Escuela Superior de Ciencias Marinas de la Universidad Nacional del Comahue.
Hasta ese momento se trataba de un evento más de estos animales buscando seguridad ante la presencia de sus depredadores naturales, pero la preocupación aumentó cuando los delfines estaban ingresando en la propia bahía. “En el 2021 habíamos tenido la experiencia de una manada de delfines comunes que ingresó a la bahía perseguida por orcas y al día siguiente nos encontramos con más de 50 animales muertos en la costa. Esto se debió a que ingresaron en la pleamar, pero durante la bajamar se forman bancos de arena, los canales se secan y los delfines quedaron atrapados. Eso había sucedido durante la noche y nadie pudo advertirlo”.
Ante esta situación, Magdalena Arias se puso en contacto con el coordinador de Áreas Protegidas de la Secretaría de Ambiente y Cambio Climático de Río Negro, por lo que enseguida se acercaron guardias ambientales que, junto a vecinos del Puerto del Este, monitoreaban el comportamiento de los delfines. “El problema es que con el tiempo empezó a bajar la marea, se empezaban a formar los bancos de arena y los delfines comenzaron a quedar encerrados en un piletón”.
La investigadora recorrió los 60 kilómetros que separan su lugar de trabajo con la zona de varamiento y al llegar se encontró con una gran cantidad de vecinos, personal del Municipio, de la Secretaría de Ambiente y Prefectura colaborando en el lugar. “Hasta ese momento los delfines se mantenían en una zona con suficiente profundidad que les permitía nadar tranquilos, pero una hora antes de la bajamar, el nivel de estrés comenzó a incrementarse por la disminución del agua y los delfines comenzaban a nadar directamente a la costa y a quedar varados”.
Al ser una manada muy grande, los delfines se iban subdividiendo en grupos que requerían de la colaboración de una gran cantidad de gente que no tenía el conocimiento necesario para devolver a los delfines al mar. “Enseguida empecé a contarle a la gente cómo tenía que hacer las maniobras para reingresar a los animales al agua. Veíamos que estaban muy acalambrados y no podían salir a respirar, entonces los sosteníamos, los masajeábamos, esperábamos a que recuperen un poco la respiración y ahí los liberábamos. Si veíamos que podía nadar y respirar, pasábamos al siguiente delfín, y si no, repetíamos la maniobra. Era una franja de la costa bastante grande con animales varados, pero por suerte la gente estaba muy predispuesta a escuchar y hacer lo que tenían que hacer. La información se transmitía de una persona a la otra, como una cadena que llegaba muy rápido, así que eso fue clave para que el resultado fuera satisfactorio”, detalla Magdalena Arias.
Este trabajo conjunto se extendió por más de dos horas, donde la poca cantidad de agua y el alto nivel de estrés de los delfines hacía que la situación fuera extrema: “Una vez que el agua empezó a subir y habíamos logrado reflotar a todos, tratamos de mantenerlos en una zona donde había mayor profundidad de agua y esperamos a que llegue la pleamar que era a las once de la noche. Nosotros nos quedamos en la zona hasta las diez y en ese momento pudimos ver que los animales salieron de la bahía. Fue una situación increíble haber podido aguantar tantas horas con los animales encerrados mientras la marea bajaba hasta que, finalmente, la subiente les permitió salir”.
Finalmente, Magdalena Arias destacó el hecho de que “al menos en la región, no hay registros de varamientos con el saldo que tuvimos, de no terminar con ningún delfín muerto. Creo que para ello fue clave la colaboración entre las distintas instituciones, cada uno aportando desde donde más capacidad tiene. Los guardias ambientales para estar rápido en la costa, nuestra llegada con la información de cómo había que manejar el varamiento, la Prefectura y el Municipio estando disponibles y los vecinos colaborando para manejar la magnitud del varamiento”.