“No. No hay verdades únicas, ni luchas finales, pero aún es posible orientarnos mediante las verdades posibles, contra las no verdades evidentes y luchar contra ellas. Se puede ver parte de la verdad y no reconocerla. Pero es imposible enfrentar al mal y no reconocerlo. El bien no existe, pero el Mal me parece o me temo que sí” Manuel Vázquez Montalbán.
Ser de centro es evitar la radicalización, es decir de ir a la raíz de cualquier cuestión, hay que despolitizar, hay que buscar el consenso y para eso hay que entender, comprender e incluso apoyar en muchos casos, las razones de la parte poderosa del conflicto.
Cabe aquí resaltar que la moderación es una virtud solo en relación con los extremos. Cuidado con esos hombres equilibrados que afirman que la mitad de la culpa fue de Hitler y la otra mitad de los judíos, gitanos, homosexuales, discapacitados, etc. que fueron asesinados en los ghetos y campos de concentración.
Y menos mal no es más bien, sino simplemente menor cantidad de mal.
El culto al centrismo de la dirigencia es un paso más hacia la consolidación de la postpolítica que describen Zizek o Moufee donde bajo el rótulo de “políticas de estado” establecidas en nombre de la eficacia o la eficiencia se sustraen del debate temar como las reforma laborales o previsionales con la pretensión de enterrar los asuntos y las controversias públicas bajo soluciones presumiblemente técnicas o de “sentido común”
El centro es el lugar ambiguo de los que no quieren problemas, ni responsabilidades y con la tentación de la inocencia por inocuidad, quieren parecer mejores de lo que son.
El centro es una manera cómoda de no tomar partido, o en el caso que se tome de hacerlo con menos fuerza y convicción, manteniéndose disponible para dejarse querer o cambiar de bando.
El centro parece un sitio de justicia y equilibrio y sin embargo en las crisis se convierte en un vergonzante espacio de apoyo a los verdugos. Cuando hay víctimas no puede haber solo comprensión y condescendencia hacia el poderoso. No todos los temas admiten gradualismo y equidistancia.
¿Cómo se es de centro parsimonioso frente a la trata de personas, el femicidio, la pérdida de acceso a la comida, la educación, la sanidad, la jubilación, la vivienda, ante el machismo, la exclusión, la xenofobia?
En la Argentina han proliferado los vividores que se aprovechan de la buena voluntad de los demás apelando al “tacticismo” de recoger sin exponerse. Los que hacen huelga pierden el sueldo de los días no trabajados, pero si la huelga triunfa, el aumento salarial es para todos los trabajadores, incluidos los “carneros”. Los vividores o colados (free riders) son aquellos que consumen más que lo que les corresponde o deciden no afrontar “una parte justa del costo de su producción”.
Los aprovechadores en política suelen reclamar espacios de centro o caer en un uso abusivo de la palabra “transversal”. El centro se transforma en espacio del egoísmo de los que no quieren defender una idea, sino tener más votos colocándose tácticamente donde hay menos conflicto o menos costos frente al “círculo rojo” y la opinión publicada.
Como no se preguntan cómo se ha llegado a ese consenso y les resulta indiferente que, si no hay gente que siga reclamando posiciones más decididas, ese centro se vaya corriendo cada vez más hacia el otro polo, no se les mueve un pelo. Porque los pícaros del centro no quieren transformar la realidad, sólo quieren administrarla en su provecho. No colaboran en la construcción del conjunto, sino que quieren recoger gratis los esfuerzos hechos por otros para llegar a un punto de equilibrio en virtud de la correlación de fuerzas
Porque esa es la clave: ante el equilibrio entre polos en tensión aparece la posibilidad de ser bisagra, de flotar como las aguas vivas en el mar, bajo todos los regímenes.
La correlación de fuerzas se expresa en los conflictos -de clase, de género, de raza, de tradiciones, de edad- y cómo se salde el conflicto dependerá de la fuerza de los grupos en tensión. Si se abandonan posiciones para ocupar esos espacios centristas donde no se quiere molestar al elector, ni a los que financian la política, el espacio de tensión desaparece y la correlación de fuerzas se decanta hacia los que siguen firmes en sus posiciones. La aparición de Olmedo, Milei, Espert, Gómez Centurión tensiona el centro hacia la derecha. La tibieza de una izquierda caniche como el Socialismo Santafesino o el GEN de Stolbizer, también.
¿Quién propone un programa para recuperar el poder adquisitivo y los empleos registrados perdidos? ¿Quién postula la igualdad salarial y la misma tasa de actividad laboral femenina, para reducir el maltrato y el femicidio? ¿Quién proyecta leyes determinantes de otras prácticas agronómicas, mineras, industriales, urbanísticas y energéticas que reduzcan la contaminación y garanticen la sustentabilidad? ¿Quién se pone firme para garantizar los derechos de los jubilados y personas dependientes evitando que sus aportes se desvíen y dilapiden? ¿Quién defiende lo público frente a la agresión de la usura y los ciclistas financieros ansiosos de privatizar, la educación, las jubilaciones y hasta las plazas? ¿Quién acoge a las víctimas de la droga, la trata y el abuso sexual o el tráfico de órganos?¿Quién pone freno a los excesos del FMI y las empresas energéticas?
Defender todos estos ámbitos te aleja del centro. Pero no de la transversalidad entendida como una política para las mayorías. Una de las ventajas del parlamentarismo es la amabilidad en las formas, donde incluso los poco moderados tratan de mostrarse calmos. Y la amabilidad es positiva porque permite el diálogo y abre la posibilidad para acuerdos donde todos los intereses sean considerados. Pero si esa amabilidad se traslada a moderar la defensa de los intereses de la mayoría frente a los que mintieron, espiaron, endeudaron, manipularon la justicia, empobrecieron, se estará haciendo trampa. Hay que entender que en toda la sociedad hay intereses y tienen que ser escuchados y valorados. No se puede estar con los fondos buitre y con los deudores hipotecarios UVA, con los que a los que matan por la espalda a menores mapuches y con la integración de los pueblos originarios, con los Odebrech que demandan más ganancias por sobreprecios y los que quieren salarios justos y un estado que reduzca la desigualdad.
El político que renuncia a sus principios es un avivado que solo piensa en su cargo, por eso, los oportunistas en política terminan yéndose a la derecha porque al debilitar a las fuerzas transformadoras, hacen más fuertes a las conservadoras y, por tanto, están más dispuestos a negociar con ellas.
Y por eso mismo hacen falta “partidos-movimiento” con un pie en las instituciones y otro en las calles, con participación y programas construidos colectivamente y lealtad con los principios. No plataformas personales que no tienen horizontes de continuidad y reducen las ideas a las opiniones de los caudillos profesionales de la política, vacíos de convicciones, aislados por sus nuevas formas de vivir, que se burlan de los “espíritus sensibles” y reacios a los librepensadores, porque no los quieren libres, ni pensadores. Es necesario comprometerse porque de lo contrario, la política se convierte en una herramienta de aquellos que se consideran más importantes que la misión para la que fueron elegidos por el voto popular
Lic. Javier García Guerrero. Ex Auditor Principal de la Sindicatura General de la Presidencia de la Nación Argentina.