Según el “Diccionario Insólito” de Luis Melnik, “las sociedades modernas tienen una fuerte inclinación a estar atentas a lo que se dice, a lo que se informa, a lo que se repite, a esa voz confusa que se inserta en las corrientes populares y termina siendo una afirmación que nadie niega ni nadie confirma”.
“Casi nunca se sabe de dónde nacen esas voces, los rumores, un ruido vago, confuso pero persistente. Otras son informaciones interesadas echadas a correr con fines determinados o para medir la reacción de los receptores. Muchos rumores nacen en las más altas esferas públicas o privadas, en los directorios, en los gabinetes gubernamentales, en los vestuarios deportivos, en las redacciones o cenáculos cerrados. Muchas veces sus contenidos son ciertos, luego verificables; otras son falsedades irrevocables y muchas, canalladas perversas; en ocasiones son lanzados deliberadamente para provocar un movimiento ansiado”.
“Quizá sea una condición innata de los seres humanos –agrega Melnik- ya que finalmente “hablar” viene del latín “fabulari”. Y confabular es decir fábulas y ponerse de acuerdo para tratar un asunto que tiene varios interesados. El concepto siempre es visto con malos ojos”.
En esta campaña política vemos con asombro como los rumores corren tanto en las redes sociales como también en los medios de comunicación con total desparpajo. Y para el ciudadano común cuesta mucho desbrozar la verdad cunado los diarios, las redes o la televisión así lo dicen.
“Se dice que sólo las sociedades transparentes reducen cabalmente la proporción de rumores. Pero esto que podría parecer un fenómeno de la hipercomunicación posmoderna y multimediática en realidad es una preocupación tan antigua como la historia”.
Virgilio (Publius Virgilius Maro) en la Eneida escribe de esta manera sobre el rumor: “Ágil de miembros y de pies ligero, / cuántas plumas, enorme monstruo y feo/ ciñendo el cuerpo va. ¿Quién tal creyera? / Debajo oculta ojos despiertos, tantas bocas/ y oídos siempre abiertos. / Estridente en la sombra mueve el ala/ de noche, entre tierra y cielo vuela. / Nunca el sueño a sus párpados regala. / De día misterioso centinela/ en techo o torre altísima se instala/ y asombro dando a las ciudades, vela, / y con ardor igual, doquier que gira, divulga la verdad y la mentira”.
Señala nuestro autor que “En nuestros tiempos ya se sabe que donde falta la confianza, la negación confirma, de manera que aquellas personas no creíbles, peculiarmente en los mandos del gobierno, cada vez que se anuncian que no harán determinada cosa, terminan haciéndola. Se ven obligados a desmentir rumores por las consecuencias que pudiera acarrear si sucediese lo anunciado. Pero sucede. Cuando alguien pueda probar que su verdad no ha sido desmentida por el rumor, habrá cancelado un can al de comunicación perverso”.
Esta instalación de los rumores en nuestra sociedad repetidos hasta el hartazgo marcan negativamente lo que debería ser una campaña política ética y democrática. Lamentablemente como cuenta la fábula es imposible recoger las plumas del almohadón cuando las dispersa el viento.
“La mentira, el ocultamiento, los conos de sombra, la confidencialidad exagerada, la falta de explicaciones claras, las desmentidas constantes, los discursos sin meollo, no hacen más que dificultar la comprensión, nublar el juicio y alimentar el natural deseo de conocer apelando entonces a circuitos impuros”.
Políticos en campaña, asesores de imagen, publicistas, encuestadores, militantes fanáticos y periodistas interesados, como dijo el Quijote sobre Sancho Panza “¡Qué poca sal en la mollera!”. (Jorge Castañeda Escritor – Valcheta)