En la primera parte del libro, los sueños le abren la puerta al autor para salir del realismo e incursionar en el género fantástico, la comedia disparatada o absurda, el cuento de terror y los híbridos entre todos ellos. A diferencia de las fantasías nacidas de la vigilia, estos relatos traídos por la noche suspenden la extrañeza y presentan como naturales (con esa extraña naturalidad de lo que sucede en un sueño) los más increíbles encuentros con monstruos, fantasmas o vampiros que tienen la precisión y la atroz belleza que sólo el inconsciente librado a sus procesos es capaz de producir. El arte de Bigliardi consiste primero en pescar de su memoria matinal esas criaturas marinas encontradas y luego en trabajarlas, desarrollando esas situaciones que a veces el despertador interrumpió. Así, una puerta que se sale de sus goznes y sale literalmente en busca de sus raíces hasta llegar al truncado «árbol que la parió» tiene allí un kafkiano y sugerente diálogo con sus antiguas hermanas, las ramas que ya no la reconocen y le sugieren esperar el rayo que la fulmine: «Es cuestión de tiempo, aunque nosotras no lo tengamos en cuenta, puerta. Nuestro tiempo se limita a crecer, vivimos esperando la primavera para seguir sacando ramas y unidas volver a formar el tronco central. La raíz por suerte no fue damnificada, los depredadores no se dan cuenta de que nuestra raíz es más importante que el tronco. Nuestra esperanza es posible y nuestro tiempo se reduce a eso, a una espera», escribió.
«Ya cambiaron, son otros, vuelven contaminados», interpreta el autor, quien (aunque la fábula admita muchas otras lecturas) concibe este relato inicial del libro como una metáfora de su propia vida. Nacido en 1968 cuando su familia, por una azarosa circunstancia, se encontraba en Saavedra (provincia de Buenos Aires), Pablo Bigliardi menciona siempre como su lugar natal a la localidad costera atlántica de San Antonio Oeste (provincia de Río Negro). Vive desde 1991 en Rosario, donde cursó un par de carreras humanísticas, alienta a Rosario Central y sueña con el mar, al que vuelve solamente en sueños o en verano. O en cuentos como Pulpo frito. Vivió en San Antonio Oeste (SAO, Río Negro). Allí ambienta relatos realistas como La vuelta del pueblo: la clásica historia del que se quedó y no migró a la ciudad. Varios más de sus cuentos, por así decirlo, «diurnos», se incluyen también en la segunda parte de este libro: El paisaje rápido de la comida fría, que fue publicado en Rosario/12, y dos que fueron seleccionados por concurso para su publicación y publicados en la revista de la Asociación Médica de Rosario. Sin embargo en ningún momento cede esta obra a la facilidad del verosímil costumbrista. Aún sus cuentos más rurales o urbanos tienen algo de onírico o demencial, y nunca faltan las referencias a la cultura popular de los años ’80.
Se los podría situar dentro de una comedia negra con ribetes sobrenaturales en los que la locura de los personajes se mezcla con la mística, sin que se sepa cuál es el límite en esa playa delirante. En este sentido, el mejor de la serie «realista» es Santasol, un cuento largo donde Bigliardi narra la pasión canalla de una pequeña secta de hinchas de Rosario Central en un tono angustioso que lo lleva más allá de las mejores páginas que el Negro Fontanarrosa supo prodigar al respecto. Atrapados en la repetición obligada de sus ritos obsesivos en torno a una figura del culto popular, los tres fanáticos del equipo auriazul terminan por crearse su propia religión, una que les exige sacrificios constantes. El humor y el horror mezclan sus aguas en esa zona de marisma que constituye el universo de las ficciones de REM.
El flautista, reescritura salvaje de El flautista de Hamelin, de los hermanos Grimm, termina con una invasión de víboras amansadas por un brujo al punto de parecerse a «cualquier chico que espera a que su abuela o su tío les vuelva a cantar otra canción». La violenta relación de amo y mascota que el soñante establece con una monstruosa tarántula apodada Pinball, se naturaliza en una negociación que les permite a ambos sobrevivir. La horrenda lucha contra un enjambre de vampiros diabólicos es narrada sin sorpresa en Situación vampírica. A los espectros de una leyenda de náufragos nazis les sigue una escena con resabios de chamanismo tehuelche y dos versiones de la precariedad en la Argentina macrista. Siempre hay en estas pesadillas alguien que se ve obligado a creer en un remedio que es peor que la enfermedad, pero que carece de autoridad para protestar ante el poder y se debate entre someterse o negociar: son como alegorías de la opresión que sigue aplastando a los pueblos. El de Pablo Bigliardi es un mundo onírico que tiene su propia carnadura y no puede reducirse a un mero texto para descifrar e irse a dormir en paz.