Mariela Salaya, una de las referentes del barrio Malvinas —la zona conocida como La Toma— expresó con contundencia la preocupación de los vecinos por la falta de respuestas del Estado municipal ante múltiples problemáticas que atraviesan a esta comunidad ubicada en el sector oeste de San Antonio.
En diálogo con este medio, la vecina describió una realidad marcada por la inseguridad, la precariedad en los servicios básicos, el deterioro del espacio público y la ausencia de autoridades. “Las problemáticas acá en el barrio son muchísimas: la seguridad, los terrenos, los servicios. Este barrio ya no es más La Toma, como algunos siguen diciendo. Hay gente que sí tomó terrenos, pero también hay muchas familias que los compraron y los pagan con esfuerzo”, aclaró Salaya al comenzar la conversación.
La referente explicó que su compromiso con el barrio nació a partir de su participación en una iglesia local, desde donde comenzó a asistir a familias en situación de vulnerabilidad. “La iglesia ha hecho más trabajo que la propia asistente social. Siempre hubo mucha negación hacia las personas de acá. En invierno les dan dos o tres bolsitas de leña como si fuera una burla. Eso es reírse de la gente. En lo social no se trabaja como se debería trabajar”, afirmó con indignación.
La inseguridad, uno de los temas más sensibles para los vecinos, fue el punto de partida para la organización barrial. “Después de lo que pasó con la chica (en referencia a un hecho de femicidio ocurrido meses atrás), pedí una reunión con las autoridades. Aparecieron, me dieron la reunión y ahí se planteó el tema de la seguridad. Pero me pareció una vergüenza que yo, como ciudadana común, sin cobrar un peso, conozca mejor la problemática del barrio que la propia autoridad”, relató.
Según Salaya, fue ella quien insistió para que se realizara un censo que permitiera saber cuántas familias viven realmente en el barrio. “Había gente sin documento, sin registro. Nadie sabía cuántos éramos. Todo se visibilizó recién después de esa tragedia. Si no pasaba eso, las autoridades seguían brillando por su ausencia. Nadie venía al barrio”, lamentó.
La referente recordó que durante años el barrio estuvo completamente a oscuras. “Doce años sin luz en las calles, una oscuridad terrible. Desde ahí empecé a ir a Obras Públicas, una y otra vez. El único que vino, varias veces, fue Martín Millán. Caminamos el barrio juntos, y él me escuchó. Pero después lo sacaron y desde entonces se cortó todo”, contó. Consultada sobre la relación actual con el Municipio, Salaya fue categórica: “Yo estoy siempre en la municipalidad, preguntando por el tema de los terrenos, por el alumbrado, por la limpieza. Pero todo cuesta muchísimo. Para que venga una máquina a limpiar hay que insistir mil veces”.
Pese a la instalación de una casilla policial tras los reclamos vecinales, la referente aseguró que el problema de seguridad continúa. “Estando la casilla policial, a 25 días de la tragedia, entraron a robarle a una vecina con cinco nenas, a 100 metros de la policía. Lo mismo volvió a pasar hace poco, a 50 o 60 metros del destacamento. Que esté o no la casilla es lo mismo. La policía no recorre, se encierra. Llega la noche y nadie controla quién entra o sale del barrio”, cuestionó.
Salaya también pidió no estigmatizar al barrio. “Hay gente que anda en cosas malas, no lo niego. Pero la mayoría son laburantes. Se levantan a las seis de la mañana, vuelven a las ocho de la noche, trabajan de albañiles en el puerto o en Las Grutas. No se puede meter a todos en la misma bolsa”, enfatizó. Además, relató una situación que generó confusión en redes sociales. “Se dijo que un vecino estaba comiendo las gallinas que había robado. Pero fue mentira. La dueña de las gallinas las regaló a una familia que no tenía para comer. Tengo el video y el audio donde ella misma lo aclara”, explicó, molesta por la estigmatización mediática.
La referente remarcó que los problemas del barrio son estructurales y se repiten año tras año. “Hasta que el Estado no haga las cosas como debe, esto va a seguir pasando. El Estado está ausente. Hay adolescentes que estudian, que tienen sueños, que quieren recibirse. Pero sienten vergüenza de invitar a sus amigos del centro porque el barrio está abandonado, lleno de basura y autos viejos cortando las calles”, describió.
Salaya insistió en que el barrio necesita un trabajo integral. “Es un barrio chico. Si las autoridades quisieran, en una semana o quince días podrían tener todo el alumbrado en condiciones. Solo necesitamos siete farolas. Hace tres meses que las estoy pidiendo. Me dicen que no hay cables, que falta logística. Pero eso ya es falta de respeto”, remarcó.
Con tono firme, la vecina también cuestionó la falta de presencia política. “Los concejales tendrían que venir, recorrer, preguntar. A mí nadie me paga un sueldo, pero estoy todos los días a las siete de la mañana haciendo gestiones. A veces voy a Obras Públicas y ni siquiera encuentro a los funcionarios. Pero sigo, porque lo hago por los chicos, por los niños del barrio. Ellos tienen que entender que hay otras formas de salir adelante”, reflexionó. Mariela también aclaró un punto que —según ella— suele ser malinterpretado. “Muchos creen que la gente acá no paga nada. Y no es así. Los vecinos pagan luz, pagan agua. Te puedo mostrar las boletas. No somos todos okupas ni delincuentes. Hay gente de buen vivir, con valores, que quiere progresar”, aseguró.
Antes de finalizar, la referente dejó un mensaje esperanzador: “Claro que se puede estar mejor. Hay que apostar a una mejor calidad de vida y no resignarse jamás al abandono. Como cristiana, siempre digo que hay que insistir, insistir y exigir los derechos. No podemos acostumbrarnos a vivir mal”, expresó.
