Desde Sierra Colorada a la Armada Argentina “es mi forma de vida”





El marino rionegrino Javier Armando Miles es miembro de la Fuerza desde hace 23 años y a lo largo de su carrera como Enfermero Naval no sólo se desempeñó en ámbitos hospitalarios sino que, además, sumó a su experiencia profesional tres campañas antárticas, dos misiones de paz, innumerables navegaciones, destinos en el sur, y comisiones al extranjero; y asegura que “lo bueno de todo esto, es que habrá más y nuevos desafíos y oportunidades”.


Oriundo de la pequeña localidad de Sierra Colorada en el centro de la provincia de Río Negro, el Suboficial Primero Enfermero Javier Armando Miles está destinado en la Intendencia Naval de Puerto Belgrano, en la Base Naval homónima, ubicada al sur de la provincia de Buenos Aires.

En abril regresó de su tercer viaje a la Antártida, esta vez embarcado en el rompehielos ARA “Almirante Irízar” en el marco de la Campaña Antártica de Verano 2022/23. Anteriormente prestó servicios durante años en el Batallón de Infantería de Marina Nº 2 (BIM2), en la Base de Infantería de Marina Baterías.

Sus primeros pasos fueron en los hospitales navales, pero luego siguieron destinos embarcado en diferentes buques de la Flota de Mar; destinos en tierra, algunos remotos; experiencias en el país y también en el extranjero.

Es que ser enfermero de la Sanidad Naval de la Armada Argentina significa trabajar en el ámbito de la salud sirviendo a la Patria desde el mar en numerosos escenarios. Y la vida del Suboficial Miles así lo confirma.

Un enfermero rionegrino todo terreno

Javier, de 43 años, nació en Sierra Colorada el 21 de abril de 1980. “Me crié hasta los 18 años en mi pueblo, y luego estuve un año en la ciudad de Neuquén, donde escuché hablar por primera vez de la Armada Argentina y me entusiasmé con la idea de pertenecer a la Fuerza”, introduce.

Como si fuera un presagio, su fecha de nacimiento coincide con la del aniversario de la Sanidad Naval. “No voy a olvidar jamás cómo conocí la Armada. Estaba leyendo de casualidad una propaganda en la revista de la Cooperativa Eléctrica de Neuquén que interpelaba a los jóvenes a ingresar a las Fuerzas Armadas. Así comencé mi travesía. Primero fui al Ejército, luego a la Prefectura, a la Gendarmería, hasta que llegué a la Delegación Naval de Neuquén”.

“En la delegación de la Armada me explicaron todo lo que podía hacer y me gustó; llevé la documentación, y rendí en mi provincia. Recuerdo también que papá me dijo que no iba a aguantar, pero lo logré; y actualmente somos dos los suboficiales de Sierra Colorada que seguimos en actividad”, señala Javier con orgullo.

En la Escuela de Suboficiales de la Armada hizo la especialidad naval en Enfermería y forjó desde el inicio un excelente grupo humano de compañeros, muy unidos hasta el día de hoy.

Empezó sus primeras prácticas en Buenos Aires, en el Hospital Naval “Cirujano Mayor Doctor Pedro Mallo” y su primer traslado lo llevó a la provincia de Tierra del Fuego, al Hospital Naval Ushuaia.

“Lo que más me gusta del ámbito naval y la enfermería es la relación personal y profesional con el otro. Con el paciente construyo un vínculo para que se sienta cómodo y confiable conmigo, algo que aprendí haciendo enfermería domiciliaria, porque dedicar tiempo o charlar con un paciente hace mucho bien”, revela el marino enfermero, quien además se recibió como técnico en anestesia.

Confiesa que sin dudar volvería a elegir la Enfermería y la Institución: “En la Armada aprendí mucho de grandes doctores y técnicos, ha sido un privilegio, y uno de los destinos donde realicé un gran paso profesional en experiencia, consejos y formas de trabajo fue el Hospital Naval Puerto Belgrano”.

“Tengo muchas de anécdotas a lo largo de mi carrera naval porque amo a la Armada”. Entre esas, relata una de sus primeras vivencias a bordo en el aviso ARA “Alférez Sobral” con apostadero en Ushuaia: “Navegamos mucho y hacíamos los relevos de los Puestos de Vigilancia y Control de Tránsito Marítimo con estadías en Isla de los Estados, Puerto Parry, y en el Faro de San Juan de Salvamento, en el archipiélago Año Nuevo”. Con entusiasmo contó esas experiencias que sólo un marino puede experimentar.

“También estuve en la Misión de Paz de Estabilización de Naciones Unidas en la República de Haití (MINUSTAH) en 2009 y en 2016”, y agregó: “Previo al terremoto estuve en la ciudad de Port-de-Paix con otras fuerzas argentinas durante las elecciones democráticas, en donde realizamos ayuda humanitaria y mucha atención de enfermedades por el contexto de pobreza. En la segunda oportunidad serví en el hospital reubicable de la Fuerza Aérea Argentina; fue una misión distinta y una experiencia bárbara netamente sanitaria, donde fui como encargado del quirófano”, explica el rionegrino.

Recuerda lo mucho que aprendió en la Isla Gobernador; allí conoció e interactuó con médicos y enfermeros extranjeros participando de evacuaciones aeromédicas, hospitales de campaña, simulacros de atención masiva de heridos; donde capitalizó el conocimiento en técnicas de heridos en combate para aplicarlo a su propio ámbito de trabajo, “porque todo sirve y suma para adiestrar a nuestros soldados”, destaca.

Orgulloso de pertenecer a la Armada Argentina, la define como su forma de vida, porque gracias a ella estuvo embarcado en la corbeta ARA “Robinson”, en la lancha rápida ARA “Intrépida”, en el buque logístico ARA “Patagonia” y tuvo experiencias en destinos en tierra con la Infantería de Marina.

Además, cumplió comisiones a bordo del aviso ARA “Gurruchaga”, el remolcador ARA “Toba”, las lanchas patrulleras ARA “Baradero” y “Barranqueras”, también en el multipropósito ARA “Hércules”, el aviso ARA “Estrecho de San Carlos”, el transporte ARA “San Blas” con el que participó del ejercicio multinacional UNITAS en Brasil; fue de comisión a Rusia a buscar los avisos polares, cruzó el Círculo Polar Ártico, el Antártico y el Ecuador, navegó por el Mar Negro y el Canal de la Mancha.

“Es que servir a la Patria es capacitarse para hacer lo debido, entregar lo mejor de uno en cada misión, y estar dispuesto a dar la vida”, enfatiza. Y destaca dos pilares fundamentales en su vida: “el compañerismo durante el trabajo en equipo, y la familia, que apoya y soporta nuestra ausencia”.

Antes de contar acerca de su última experiencia antártica, el Suboficial Miles hace una profunda pausa para hablar de su familia, de sus propias heridas y tristeza.

Hace 16 años conoció en la Armada a quien es su esposa, la Cabo Principal Enfermera Laura Santillán. Con ella tuvo 3 hijos: Agostina, de 13 años y los mellizos, Bruno de 10 años, y Máximo, quien falleció hace 5 años.

“Cuesta seguir adelante; fue duro para nosotros, siempre lo tenemos presente. Volver a la actividad y estar ocupado y volver a reírme fue muy difícil. Ese año falleció mi papá y al mes del fallecimiento de Máximo perdí a mi hermana Silvia. Tuvimos que dar sentido y significado de esperanza a nuestras vidas”, expresa Javier, aunque no deja de agradecer lo importante que fue en ese momento contar con todo el apoyo de la familia naval, de sus superiores y camaradas; así pudieron salir adelante y reconstruirse.

Ya había conocido la Antártida embarcado en el aviso ARA “Puerto Argentino”, en él que realizó la Patrulla Antártica Naval Combinada (PANC) en coincidencia con la búsqueda del submarino ARA “San Juan”; y en 2012 cumplió la Campaña Antártica en Isla Decepción: “Tenía ganas de volver y estar embarcado en el ‘Irízar’ porque es un buque emblemático en la Armada; fue una experiencia hermosa a pesar del trabajo arduo que se realiza”.

En el Departamento Sanidad la rutina de a bordo, cuenta el enfermero, se desarrolló con un equipo de 3 enfermeros, una médica, una anestesista, un odontólogo, un bioquímico y un psicólogo.

“En navegación, durante los cuatro meses que dura la campaña, se hacen controles de rutina de presión e inyectables y se atienden consultas diarias del personal de a bordo; se producen traumatismos habituales en la gente que trabaja en cubierta, bodegas y en las lanchas; están los ‘pinchados’ por el movimiento del buque en el mar y algunos más complejos, como los dolores abdominales y cardíacos, que siempre cuidamos y son monitoreados”, relata.

También cubrió guardias como ayudante de navegación en el puente de comando y, cuando se realizaron actividades en cubierta con los helicópteros Sea King, ocupó su rol en la cubierta de vuelo. “Siempre estamos alertas en Sanidad, y el rompehielos está muy bien equipado con elementos de primeros auxilios distribuidos por todo el buque, como collares, tablas rígidas, y botiquines”, explica.

“Realmente quisiera repetir muchos destinos en los que estuve, pero lo bueno de todo esto es que habrá más y nuevos desafíos y oportunidades. Mis palabras hacia la Armada son de agradecimiento constante por todos los momentos vividos”, concluye.

Los recuerdos de provincia y familia

Javier guarda los mejores recuerdos de Sierra Colorada, “de haber crecido en un lugar tranquilo y sano, en el que sigo en contacto con mis compañeros de jardín de infantes hasta el secundario; de haber crecido juntos y felices, de correr por los cerros, y jugar a la pelota”.

Si bien los chivos y corderos son la comida típica del pueblo, de allí extraña la salsa roja que hacía su mamá. Sus padres y dos de sus hermanos fallecieron, pero el resto de la familia vive distribuida en toda la extensión de la provincia y en Neuquén.

Su papá, Domingo Miles, fue portero y trabajó toda su vida en la escuela primaria Nº 26 “Juan José de Arenales” donde Javier hizo su primaria. El secundario lo hizo en la ex Nº 82.

“Papá era una persona muy inquieta y trabajadora, recto y exigente que amaba la disciplina y el trabajo; algo que nos inculcó y heredamos. Me enseñó, desde chico, a estar siempre ocupado, y creo que eso me ayudó para estar en la Armada, una Institución de actividades permanentes, de rutinas que implican tiempo, compromiso y dedicación, es decir, de poner amor y ganas a lo que uno está haciendo”, subraya.

“Mi mamá –Olga- fue ama de casa. Era amorosa, y al ser 8 hijos le dábamos mucho trabajo”, sonríe con nostalgia. Ambos padres nacieron también en Sierra Colorada, lugar que visita cada vez que puede para contemplar sus cerros rojizos, aquellos que renuevan su energía y le dan nombre a su querida y añorada localidad.

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