A la sociedad, en general, la aparta de su conciencia: la muerte les sucede a otros. Este es el caso de Vicente Rolando, asesinado a golpes en una esquina cualquiera de San Antonio Oeste.
Víctima de una tragedia evitable, se cobró la vida de un hombre que pasaba su vida como un vecino más, se podrán decir muchas cosas de la persona, como siempre lo hacen de todos, así es la sociedad, pero Vicente no merecía perecer a manos de una patota de salvajes que, en un número mayor y más jóvenes (22, 20, 17 años), según la fiscalía, le quitaron la vida a golpes de puños, patadas y un fierrazo en la cabeza.
Vicente agonizó un mes y medio en el hospital de Viedma, mientras que la sociedad solo comentaba lo terrible por las redes sociales y “los pibes” se vanagloriaban con sus cercanos, de lo que le hicieron a ese hombre de 38 años.
Absurda la muerte, porque todo habría surgido de un entredicho y entonces, decidieron golpearlo hasta dejarlo inconsciente.
Con Vicente Rolando fenece una gran parte de lo que pensábamos de como era nuestro lugar, algo que ya dejó de ser “tranquilo” y por, sobre todo, hoy que lamentable rumbo va tomando una gran parte de la comunidad.
Todos se sorprendían hace unos meses atrás, cuando en las redes sociales se complotaban para armar una pelea entre adolescentes y subirlas a internet, para que todos observen. Se horrorizaban en los comentarios, pero nadie hizo nada al respecto.
Esa misma muchachada es la que salen a pelear en los boliches o en la noche, o en la misma playa, dónde los guardavidas señalaron estos días, que nunca han visto el grado de violencia entre veraneantes como esta temporada.
Pareciera que este verano, a la discriminación social y al machismo se le suma la pandemia como desencadenante de la violencia intrageneracional, entre jóvenes, entre pares.
La utilización de las redes sociales, como parámetro de reacción social, reduciendo a lo demencial, dónde se banalizan las causas de esa violencia.
Penosamente la violencia atraviesa las clases sociales, pero es noticia cuando se da en cierto sector social. Cuando se da en los barrios se lo toma como natural, como aconteció en este caso en San Antonio “fueron los fulanos” dicen comúnmente.
Lo que le pasó a Rolando, le pudo haber sucedido a cualquiera.
Es imperioso que se condene este hecho con el peso de la ley, no es la primera vez que sucede en nuestro lugar este tipo de violencia, pero es necesario que se imponga el veredicto que corresponde. Para volver a creer en la justicia tildada de patriarcal.
Precisamente esta definición cabe justo con el femicidio de Carolina Rivero el año pasado, una herida abierta no solo en ella, sino en la comunidad toda.
Cuantos actos de violencia acontecen dentro de las localidades que componen el ejido sanantoniense, contamos por decenas.
Sin embargo, difícilmente se conocen sus rostros y sus casos solo llegan a los medios por componentes de espectacularización que no duran más que algunos días en la escena mediática.
Asimismo, muchos justifican la violencia por el solo hecho de comentarios respecto a quien sufrió el acto violento.
Insisto lo más grave de todo es que como sociedad hemos naturalizado la violencia. Haciendo hicapié en aquellos que lo niegan sistemáticamente y luego está el Estado ausente, ciego y cómplice. Ausente porque no genera ningún tipo de política pública activa fundamental.
Todos tenemos que abandonar el negacionismo y reconocer la imperiosa necesidad de que estamos conviviendo en una sociedad con violentos y consumidores, que son cada vez más jóvenes.
El mundo hoy camina senderos seguros, legalizando, conversando, generando espacios en los que padres, jóvenes, escuela y el Estado, diagraman políticas activas en materia de reducción de riesgos y daños.
Necesitamos construir un estado y un poder judicial atento, presente y aliado de la verdad, para que no sigan ocurriendo muertes absurdas.