Como todas las mañanas, Mariano Villalba salió en su caballo a recorrer el campo. El gran Bajo del Gualicho, una de las mayores depresiones de la Patagonia, con su vegetación achaparrada, pero tupida, parecía reiterar la rutina cotidiana de observar la hacienda y los alambrados.
Sin embargo, el hombre intuía que ese no iba a ser un día como tantos. El instinto desarrollado en esas inhóspitas latitudes le advertía que algo singular habría de suceder.
Esa mañana, después de tomar algunos mates y de ensillar el picazo se aseguró de llevar consigo el “eskiltuna”, ese infaltable compañero útil para casi todas las tareas rurales.
Los perros inquietos, pero confiados, se adelantaron al trote manso del caballo.
Las jarillas todavía verdes y crespas saludaban el paso acostumbrado del paisano. Allá la mancha de algún molle o las temibles espinas del alpataco de raíz sinuosa y rampante eran señales claras de que en el monte hay que andar siempre con cuidado.
-Estoy de guelta pa´ las 12- se oyó decir a sí mismo Mariano luego de observar con su mirada siempre atenta el entorno, por conocido ya familiar y predecible. El caballo casi también por costumbre al trote cansino cumplía de memoria el oficio para el que estaba enseñado llevando el rumbo sin equivocarse.
De repente, el instinto del hombre acostumbrado al medio observó con cierta preocupación el vuelo circular de algunos cuervos lo que indicaba sin lugar a dudas los despojos de algún animal y Mariano se dijo caviloso: de nuevo el puma, bicho dañino.
Los perros alertados, sintiendo ya en su sangre la presencia del temible predador comenzaron a correr en pos de su presa, como en otras ocasiones y que su memoria guardaba con temor y con prudencia.
Siguiendo el rastro, Mariano Villalba, puestero del Bajo Gualicho, dijo: -¡O me matás o te mato!!
Y apuró el trote de su picazo que estaba desconcertado por el cariz que presentaba la ocasión.
El hombre supo que sus fieles perros habían alcanzado la presa. Los supo por experiencia. Cuando llegó al lugar vio a la leona empacada junto a unas ramas de matasebo, arañando el aire con sus garras amenazantes.
El paisano seguro de sí mismo disparó un bolazo de las avestruceras pero al errar el tiro el animal escapó seguido por los bravos perros que le acosaron en círculos enloquecidos.
Intentó entonces tomarlo del tronco del rabo buscando la posición favorable para después poder entrar el filoso acero del cuchillo en el corazón del animal.
Pero, cosa inesperada, tal vez por haber aflojado algunos de los perros el felino se abalanzó sobre el hombre y se enredaron en una furiosa lucha cuerpo a cuerpo, recordando Mariano su frase, ahora trágicamente cerca: ¡¡O me matás o te mato!!
Un terrible mordiscón de la bestia le bajó medio labio y las afiladas garras abrieron heridos sangrantes en varias partes del cuerpo del hombre que se resistía a morir sacando de su interior fuerzas sobrehumanas. Al tropezar en una piedra ambos cayeron abrazados hasta que forcejeando otra vez se alzaron en pie como dos gladiadores en los montes del Gualicho.
En un supremo impulso que redobló sus últimas fuerzas Mariano Villalba con sus fuertes manos tomó el cogote de la leona y comenzó a apretar, apretar y apretar, hasta sentir que el animal se aflojó y con su mano derecha ya libre aprovechó la ocasión para hundirle el cuchillo en un corte profundo desde el pecho hasta la garganta.
La fuerza incontrolable del hombre acabó despenando al puma cuyo cuerpo exangüe tiró arriba de una planta de molle, como una ofrenda que explica que la vida no es fácil para los que viven en la estepa patagónica.
Sin pensar en muchas cosas montó su picazo para cubrir al galope las dos leguas que lo separaban del puesto, al cual llegó casi desangrado y en un estado casi total de desfallecimiento.
Su mujer no podía creer que había peleado mano a mano con el temible león.
En ese estado de gravedad es llevado por un poblador vecino en su camioneta al hospital de Choele Choel, en el Valle Medio, donde le realizaron las curas de rigor y hoy avecinado en Valcheta suele contar con cierta emoción el relato de su encuentro con la leona.
Historia de hombres y mujeres de la estepa patagónica que muchas veces como Mariano Villalba son puestos a prueba en circunstancias decisivas.
Por eso, cuando rememora el hombre aquella ocasión musita por lo bajo: ¡O me matás o te mato!!
Jorge Castañeda (Escritor – Valcheta)