Caso Rodrigo Hredil: cronología de 26 meses de angustiosa búsqueda

busqueda de sus padres




El viernes 31 de julio de 2015 Rodrigo Hredil, en ese entonces de 21 años, había salido de su casa alrededor de las 20 en su camioneta Peugeot Partner Furgón color blanca para «levantar» algunos pedidos de la distribuidora donde trabajaba, en Las Grutas, provincia de Río Negro. Pero Rodrigo no llegó a realizar esos trabajos: se fue a la comisaría del pueblo, ubicada a dos cuadras de su casa, y les dijo a los policías que una voz le ordenaba cometer algo tremendo.

La policía no lo supo contener y Rodrigo se fue. A sus padres, Celia Araya, de 49 años, y Fernando Hredil, de 51, les fueron a avisar lo que había pasado a los pocos minutos. Fernando salió desesperado a buscarlo: el día anterior Rodrigo había sufrido un brote psicótico y no habían podido internarlo ante la negativa de los médicos del hospital municipal.

Luego de unas horas de búsqueda, encontraron su camioneta a un costado de la ruta, cerrada. «Estábamos shockeados, no entendíamos qué había pasado. La camioneta estaba en perfectas condiciones pero a partir de ahí a Rodrigo nunca se lo encontró», contó Celia, acompañada por su marido, en una comunicación vía Skype con el diario LA NACION unas semanas atrás.

En dos años y tres meses, la fiscalía que impulsó la investigación no pudo dar con las llaves del vehículo ni con ninguna prenda de vestir o con pertenencias del joven. Para el fiscal del caso, Juan Pedro Puntel, era «como ir detrás de un fantasma».

El 30 de septiembre último, Puntel les comunicó a los Hredil sobre el hallazgo de restos óseos en la marea de San Antonio (una localidad a 18 kilómetros de Las Grutas). Hoy, la fiscalía confirmó que los restos pertenecen a Rodrigo.

Un cambio difícil de advertir

Su imagen circuló con frecuencia por las redes sociales en estos dos años y tres meses. Unos meses antes de desaparecer, Rodrigo estudiaba Ciencias Económicas en Bahía Blanca, pero había decidido volver a convivir con sus padres a Las Grutas porque no le gustaba la carrera. «En esos meses, Rodrigo se empezó a encerrar mucho en sí mismo y se mostraba leyendo muchísimo, mucho, mucho, mucho», dijo su madre. Eso era algo poco habitual en él. «Estaba sumamente reflexivo, pero no siempre había sido así de profundo. Así estuvo los últimos meses, donde notamos un cambio en su personalidad. Eso es propio de la gestación de un brote psicótico», agregó. Sin embargo, aclaró que a eso «lo sabe ahora», en ese momento no percibía nada extraño.

En la convivencia Rodrigo se mostraba «normal» y hacía una semana que habían vuelto de un viaje familiar a México, a donde también habían ido las dos hermanas de Rodrigo, Jazmín, de 11 años, y Florencia, de 21. Lo que ninguno pudo advertir durante el viaje y durante los meses anteriores -cuando convivían en la misma casa- es que probablemente Rodrigo estaba desarrollando de manera silenciosa una fase que terminaría desencadenando un brote psicótico.

El psiquiatra Alberto Álvarez, vicepresidente del Capítulo de Juego Patológico y otras Adicciones Comportamentales de la Asociación de Psiquiatría Argentina (APSA), explica: «Una vez que una persona ingresa en una fase psicótica el cambio es rotundo porque hay un cambio radical en la personalidad. Es un antes y un después». Precisa también que no se puede establecer el tiempo que puede perdurar el brote: «En algunos casos, si no hay un tratamiento de por medio, es un estado que puede durar y que va evolucionando hacia un delirio cada vez más desarrollado. En otros casos, la persona se mete para adentro y se aísla cada vez más». Álvarez agrega que, aunque no pasa siempre, puede suceder que la persona «desaparezca, huya, que viva en la calle o esté en un submundo, pasando desapercibido».

Puntel, titular de la Unidad Fiscal Temática N° 1 de Viedma, explicó que recibieron numerosos llamados de gente que dijo haber visto a Rodrigo en los meses posteriores a su desaparición. Lo buscaron por Neuquén, Chubut, La Pampa, Buenos Aires, Santa Fe, Salta, Mendoza, Catamarca, San Juan y Tucumán. En algunas ciudades pudieron constatar mediante cámaras que no se trataba de él. Hasta ayer, la recompensa para quien aportara datos certeros sobre Rodrigo era un millón de pesos. También lo buscaba la Interpol.

«Los primeros meses fueron terribles», contó Fernando. «Me pasaba de no poder estar encerrado, no poder cerrar la puerta de mi habitación, querer salir a la calle a tomar aire. Noches sin dormir. Fue terrible, muy duro, no se lo deseo a nadie. Siempre fuimos una familia muy unida, con mucho amor, de contarnos las cosas», agregó. Desde ese día, Fernando se tomó licencia como profesor de educación física; Celia sigue dando clases en preescolar.

30 de julio de 2015: el día del brote psicótico

Cuando Rodrigo entró en crisis en su casa el jueves por la tarde sus padres no supieron advertir por qué situación estaba atravesando. Rodrigo había entrado en una crisis nerviosa, con delirios. «Lo llevamos al hospital de Las Grutas y la médica de guardia nos dijo que se trataba de un brote psicótico». Ahí mismo llamaron al psicólogo que atendía en el hospital y fue él quien entabló una conversación telefónica con Rodrigo y con sus padres. La médica del lugar, les dijo después: «Van a tener que comenzar a tratarlo, que vea mañana a la psiquiatra». Los Hredil consultaron si Rodrigo podía internarse en ese preciso momento, «para un mejor cuidado», ya que no comprendían lo que le pasaba, pero les dijeron que no. «Lo vamos a sedar y va a dormir muchas horas, mañana que lo vea la psicóloga», fue la respuesta.

31 de julio de 2015: el día de la desaparición

Rodrigo durmió toda la madrugada del viernes y gran parte del día. Cuando despertó, sus padres le propusieron comenzar un tratamiento psicológico y psiquiátrico. «El se resistía, decía que se iba a controlar solo, ‘yo no estoy mal, a mi no me van a internar’, repetía», contó su mamá. Para peor, la única psiquiatra de la ciudad estaba enferma y no pudo verlo. «Vimos a un médico particular de confianza para que lo pudiera medicar», agregó Celia. Ese día, si bien contaron que se comportó «normalmente», lo notaban nervioso.

A las 20, Rodrigo se subió a su camioneta para levantar distintos pedidos en comercios, ya que trabajaba en una distribuidora. «No levantó nunca esos pedidos. Pasó por la comisaría a decir que escuchaba voces que le ordenaban algo tremendo, que se ve que en algún lugar de su conciencia sabía que no debía hacer», contó su madre. Y enfatizó: «Lo más terrible fue que el personal policial no lo contuvo». Lo mismo señaló sobre el personal médico del hospital municipal. Cuando la policía fue hasta la casa de la familia a avisarles lo que había pasado Fernando salió desesperado a buscarlo. Lo llamaban al celular y Rodrigo no atendía.

36 segundos: la última llamada que respondió

«¿Qué pasa, ya me andan buscando? A mi no me van a encerrar en un neuropsiquiátrico». Celia contó que la última persona con la que habló Rodrigo fue con Braian Hernández, un amigo muy cercano a su hijo. Hernández es de San Antonio Oeste (una población a 18 kilómetros de Las Grutas) y se conoció con Rodrigo a los 14 años por un amigo en común. Según contó por teléfono al diario LA NACION semanas atrás, en Bahía Blanca -adonde se fueron a estudiar los tres- compartían mucho tiempo juntos: se juntaban a comer, jugaban al fútbol. Hernández explicó que cuando Rodrigo se volvió a Las Grutas por dejar la facultad «lo perdió de vista». «Nunca lo noté raro, él era extremadamente cariñoso, era uno de mis mejores amigos. Era un tipo recontra gamba, el que te ‘segundeaba’ en todas, nunca te preguntaba por qué, te decía ‘conta conmigo’. Un tipazo».

Aquel 31 de julio, Hernández recuerda que estaba preparándose para ir a jugar al fútbol cuando lo llama por teléfono Germán Hredil, primo de Rodrigo. «Me dijo con un tono muy cotidiano ‘Che, ¿Rodri está con vos?'». Hernández le respondió que no y terminaron la comunicación. Pasadas las 20, Germán lo vuelve a llamar. «‘Estoy preocupado, no sabemos nada de Rodrigo desde las cinco de la tarde’, me dijo». Para ese entonces eran las ocho de la noche. Aunque la fiscalía no tiene dudas sobre el horario de la desaparición, Hernández dice que él recuerda que Germán le dijo que desde las cinco de la tarde no podían encontrar a Rodrigo. «A mi Germán me lo contó de esa manera», recalcó.

Segundos después, preocupado, Braian comenzó a llamar por teléfono a su amigo. «Lo llamamos varias veces y no nos atendía. Hasta que en un momento me atiende». La conversación entre Braian y Rodrigo duró 36 segundos. «Cuando me atiende le digo: ‘Amigo, ¿Estás bien?’. Entendí que si no atendía el teléfono y todos lo estaban buscando no lo iba a atormentar con preguntas o decirle ‘te estamos buscando’. Entonces tuve la precaución de intentar mantener una charla, para que el me escuche», contó. Y añadió: «Le dije ‘Rodri, ¿Vamos a salir esta noche?’, lo cambié de panorama totalmente para ver cómo estaba. Y me respondió ‘¿Vos me estás buscando?’, le dije: ‘Sí amigo, porque quiero salir con vos esta noche, podemos salir a tomar algo’. Lo intenté tranquilizar sin saber si él estaba alterado o no. Entonces respondió ´¿Podemos juntarnos a tomar unos mates? Prepará la pava que ahí voy'». Con el paso de los minutos Rodrigo no llegaba. A la hora, Braian decidió llamarlo nuevamente para consultarle si iba a ir a su casa o no. «Y me dice ‘No, es que perdí las llaves’. Ahí aproveché y le dije ‘Bueno, decime dónde estás que te voy a buscar'». Rodrigo comenzó a titubear y le respondió que estaba en la ruta, «como yendo para (General) Conesa». Braian agarró el auto y salió a buscarlo, pensando que lo iba a encontrar.

Cuando finalmente llegó a la ruta se dirigió hacia una rotonda, a una estación de servicio -donde supuso que podía estar Rodrigo-. «Pensaba que estaba a pie, me había hecho la idea de que había perdido las llaves de la casa. Comencé a buscarlo entre las estaciones de servicio, a dar vueltas. Cuando me estaba yendo otra vez para la ruta que va a Conesa veo la camioneta de Germán. Él me comentó que también había hablado con Rodrigo y que él le había dicho que estaba ‘como yendo para Conesa'». Mientras ellos lo buscaban por la zona, el padre de Rodrigo, Fernando, llegó en su camioneta.

«Fernando nos pidió que lo buscáramos en la ruta contraria -la que va a Choele Choel- para cubrir todas las posibilidades. Germán subió a su camioneta y yo a mi auto. Pero nosotros no le hicimos caso y cuando Fernando encuentra la camioneta de Rodrigo nosotros llegamos atrás a los pocos minutos».

Braian no supo lo del brote psicótico hasta después. Esa noche estuvo en la ruta hasta las seis de la mañana buscando a Rodrigo por el campo aledaño junto a policías y familiares. Rodrigo dejó de responder al celular y su amigo explica que desde ese día no volvió a conectarse al WhatsApp. «Como los perros no salían de la ruta se barajó la hipótesis de que un auto lo haya levantado», explicaron los Hredil. Hernández, concluyó: «Hacer una hipótesis de lo que pudo haber pasado es como hacer un castillo arriba de una nube, porque pudo haber pasado cualquier cosa».

Rastrillajes aéreos para detectar calor humano y pericias informáticas

Para los Hredil, el día de la desaparición no se cuidó la escena de la camioneta que Rodrigo dejó apartada a un costado de la ruta. Remarcan que no hubo un protocolo de búsqueda de personas implementado. «Fue un ensayo lo que se hizo, porque en el afán de ayudar también se cometen errores», dijo Celia. Como mea culpa, adujeron que haber buscado a Rodrigo por su cuenta en las inmediaciones de la camioneta quizás no fue acertado. «Era una noche oscura, la gente se enteró por las redes sociales de lo que pasaba y fueron a la ruta a buscar. Yo me metí en el campo que estaba al lado de la camioneta a buscarlo, con amigos. ‘¡Rodrigo! ¡Rodrigo!’, gritabamos. Hasta que empezó a llegar cada vez más policía. Se hizo todo sin planificar», agregó Fernando.

La familia explicó que tuvieron que insistir mucho para lograr un rastrillaje serio; las autoridades les decían que no había dinero ni combustible para hacerlo. Lograron concretarlo recién nueve meses después del hecho, en abril de 2016. «No encontraron nada y desestimaron que Rodrigo pudiera encontrarse en la zona», dijeron.

Desde rastrillajes con perros en el lugar de la desaparición hasta allanamientos en casas de familiares para descartar cualquier hipótesis fueron algunas de las medidas tomadas. También, un rastrillaje aéreo para detectar calor humano, pericias a celulares e informáticas y un informe psicológico retrospectivo que fue pedido hace poco (los Hredil se quejan de esa demora). Recién en octubre del año pasado el Sistema de Búsqueda Federal de Personas se puso en contacto con ellos, según dijeron, porque los «vieron en medios nacionales».

El sueño de Rodrigo antes de desaparecer era ir a Machu Picchu, por tratarse de un centro de energía. Puntel contó que al principio de la investigación se solicitó al ministerio de Seguridad y a la policía de Río Negro una comisión para que hagan todo el camino del Alto Perú hasta el Machu Picchu en búsqueda de Rodrigo, «pero no se hizo nunca eso», dijo.

El hallazgo de restos óseos

Los 30 o 31 de cada mes los familiares de Rodrigo hacen marchas de la luz en Las Grutas. Dicen que es por una cuestión de fe y también para pedir que la sociedad «tenga memoria» por el mal accionar que a criterio de los Hredil tuvo el personal policial y el del hospital cuando vieron a su hijo en estado de vulnerabilidad.

El 30 de septiembre último, cuando estaban por irse a una nueva marcha de la luz, los Hredil recibieron un llamado telefónico de Puntel. «Nos informó del hallazgo de restos óseos en la marea de San Antonio Oeste. Cuando él me dice eso para mí fue algo muy sorpresivo y muy terrible porque dado el hallazgo de algo tan importante como eso y tan terrible. Nosotros nunca en la vida nos imaginamos eso. Asique estamos a la espera de los resultados de ADN para poder comprobar si se trata de él o no», había dicho Celia. Hoy, la fiscalía confirmó que los restos pertenecen a Rodrigo.

El informe de ADN fue suscripto por la responsable del Laboratorio Regional de Genética Forense, Silvia Vannelli Rey. El análisis molecular de ADN se efectuó sobre una diáfisis de húmero izquierdo y de fémur derecho y arrojó que «el vínculo de maternidad de Celia Araya con respecto a los restos óseos analizados es superior al 99,9%». El laboratorio realizó dicho examen en dos oportunidades para confirmar los resultados. Además, el informe de autopsia elevado por el Cuerpo Medico Forense y suscripto por el Doctor Gabriel Navarro destaca, entre otras conclusiones, que «la data de la muerte se puede precisar en mayor a un año» y que de dicho examen «no es posible determinar las causas» de la misma. No obstante, aclara que «no se observa en las partes óseas signos compatibles con traumatismos».

Celia, contaba que a su hijo lo esperaba cada día de su vida con esperanzas renovadas de recibir algún llamado que le trajera novedades positivas de Rodrigo. «Yo lo espero todos los días, esto es muy tremendo para una mamá. Lo estoy esperando hace más de dos años. Voy a su habitación que está impecable y que la mantengo completamente ordenada y limpia y miro sus fotos, sus libros, su ropa. Huelo su perfume, me conecto con él. Lo espero todos los días. Y lo voy a seguir esperando hasta el último día», dijo.

Desde que Rodrigo desapareció, sus amigos tampoco habían dejado de buscarlo. A cada partido de fútbol llevaban una bandera que rezaba: «Pensando en vos siempre, siempre extrañándote», por la canción To beef or not to beef, del Indio Solari. En imágenes de búsqueda de Rodrigo, algunos folletos llevaban el mensaje: «Papá y mamá te amamos y queremos encontrarte». (Nota de Mercedes Uranga Diario La Nación)

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