El primer explorador de la marea de San Antonio Oeste

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HISTORIAS SANANTONIENSES. Don Adolfo Russo (1870-1951), alias “el lobo de mar”, un bravo navegante y el primero que exploró la marea de SAO.


Como capitán del pailebotte “Antonio Calcagno” antes de 1905, recorrió la ría con otros marinos para ver si era posible el traslado de la firma comercial Benito Y Cía al lado Oeste.
Y cuando los responsables de esa expedición contaron la hazaña, lo nombraban como “el benemérito don Adolfo Russo”
La vida de don Russo estuvo signada por las aguas de distintos mares, primero las del Mediterráneo, de su lugar natal, que fue en Italia, en la zona de Viareggio. Luego, cuando emigra a la Argentina, las del Atlántico, que recorrió desde Buenos Aires hasta por lo menos el golfo San Matías. Y por último, las aguas mansas de la marea, donde en la costa hizo su casa y la habitó con gran serenidad hasta el final de sus días.
Según el libro, Los inmigrantes italianos en San Antonio, de las profesoras Hebe Pérez de Bonuchelli y Graciela Pagano de Pezzot, “don Adolfo nace en 1870 en Viareggio, pueblo que antes del 1800 era un reducto de marineros y pescadores, famoso por la temeridad de sus hombres…”. Con esta herencia por tradición, el pequeño Adolfo emigra a la Argentina y después de vivir en la Boca durante algunos años, se relaciona cerca de 1902, con la empresa Podestá y Cía.
Y en una entrevista del año ’30, que el ya llamado “lobo de mar ” le concede al entonces historiador Ramón Guerreño, le cuenta que venía al golfo San Matías con bastante frecuencia, mucho antes de la fundación del actual Oeste. Y que lo hacía desde Buenos Aires con el puesto de contramaestre del barco Egilio, y que cargaba mercaderías y correspondencias para los vecinos del pueblo. Y que después pasó como patrón del pailebotte “Antonio Calcagno” de la firma Contín Benito y Cía.
Con el barco a velas y un motor de poco alcance, don Adolfo llevaba a otros puntos de la caleta las encomiendas. Y es por 1905, cuando la empresa decide explorar otra parte de la ría. Y una carta del señor Contín hijo, a Guerreño, da fe que la excursión por agua se realizó en el Antonio Calcagno a cargo del capitán, “el lobo de mar y benemérito don Adolfo Russo”. Y que no fue con mucho éxito para los tripulantes, porque ese memorable día se levantó un fuerte viento y casi hizo naufragar la pequeña nave. Pero que igual se pudo determinar la profundidad de las aguas de la caleta.
Más tarde, con el traslado de los pobladores y de las compañías comerciales hacia el Oeste, don Russo se establece en el nuevo lugar. Y en otro momento, se va un breve período a su Viareggio de origen, pero después decide que la Argentina sería su patria adoptiva, cuando obtiene los papeles de ciudadano.
Al tiempo, con la unión en primeras nupcias, nace en el ’20, su hija Ángela, y con otro hijo «Pepe» de parte de la esposa Carmen Fernández, las raíces son definitivas en San Antonio Oeste. Pero al poco tiempo, debido a su viudez contrae un nuevo matrimonio y esta vez será Carmen Lavalle, la que lo acompañará hasta el final. -su muerte está fechada el 23 de marzo del año ’51-.
Mientras tanto, la bravura y el coraje del marino resultaban habituales entre los que frecuentaba. El «Bocho» Izco aún recuerda algunas anécdotas. “Y, qué te puedo contar sobre esa “bestia peluda”, – y lo dice con gran admiración- los trabajos más difíciles, ¿a quién se lo daban?, a Adolfo Russo.
Y cuenta que un día, el vapor Río Negro llevaba a remolque hacia Buenos Aires a un pailebotte en desuso y que en pleno viaje se levantó una gran tormenta y, ¿quién lo guiaba?, don Adolfo Russo. Y como había peligro de que las dos embarcaciones se hundieran, el capitán decide cortar las sogas, pero que antes “el lobo de mar ” debió esperar la mejor ocasión para saltar desde la escalera del barco hacia el otro.
Y otra de las tantas bravuras. Que una vez, con marea plena a un vapor en el momento de salir, se le enrosca una soga en la hélice y ¿quién bajó?, don Adolfo Russo. Todavía al «Bocho» se le representa cuando el osado marino salía a respirar a la superficie y con el vozarrón que lo caracterizaba gritaba: ‘¡No van a poner en marcha el barco!, ¿eh?’ Imaginate- dice muy serio Izco, – si alguien hubiera encendido el motor…
Entre el ’49 y el ’51, la señora Ema Cuadrado, apenas una niña, lo conoció anciano, de barba y con anteojos. Y lo recuerda, al igual que a doña Carmen, cuando visitaba la casa de la costa para comprar los huevos que ponían las gallinas debajo de la tunera, que aún está en pie.
Comenta que “el viejito” era muy amable y conversador y que siempre le contaba cosas del mar y del mar. Y que le parecía que las historias, por la magia que tenían no eran reales… También, que solía sentarse en un rincón, afuera, bajo el alero y que miraba la casa y la marea todo el tiempo.
Y quizás ahí, la mente de don Adolfo repetía una y otra vez esa histórica aventura. Que volvía a navegar en la marea, como capitán de aquel pailebotte “Antonio Calcagno”, antes que el pueblo se fundara.

-Nota publicada en Tiempo de Vacaciones, año 2006- (Marta Eva Amado en CronistaSAO)

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