HISTORIAS SANANTONIENSES. En una crónica supe glosar a esas viejas barracas que escribieron una página de gloria en la economía de nuestra región, especialmente en San Antonio Oeste y toda la querida Línea Sur.
Y en ella, como introducción a esta nota decía: “A mí me gustan las barracas. Pero esas de la tercera acepción del Diccionario de la Lengua Española que se define en América como “edificios en que se depositan cueros, lanas, maderas, cereales y otros efectos destinados al tráfico”.
“Me gustan las barracas y observar las tareas especializadas de los clasificadores de lanas, ver las estibas de los fardos de los fardos de polietileno de 220 a 300 kilogramos de peso, como una montaña blanca de vellones prietos. Observar como se aparta la barriga (de precio inferior); cómo se teme a la lana picada con sarna; cómo se aprecia un buen lote para hacer el calado. Porque como en todas las cosas de la vida hay lanas y lanas, de finuras y rindes distintos”.
“Me gustan las barracas. Mirar la precisión inapelable de la báscula con su pesado pilón, que es atraído por la fuerza de gravedad; la prensa hidráulica con su motor eléctrico y cajón con rieles; admirar la pericia de los trabajadores para cargar los camiones donde los bultos son elevados por la pluma y acomodados manualmente por los ganchos”.
Y continúo con mi crónica: “El escritorio, corazón de la barraca, me gusta menos, pero es imprescindible para todo buen negocio. Papeles, formularios, precios, fluctuaciones conforme al mercado mundial, certificados, burocracia, inestabilidad de la economía y del tipo de cambio, acoso del fisco y cuántas otras yerbas más”.
“Me gustan las barracas y por eso pido prosperidad para todos. Para el productor que siempre sufre, para el acopiador siempre paciente, para el exportador que confía en el país y también para mí, aunque solo me compre un buen pulóver (la palabra sweater no me gusta para nada), uno de los productos finales de tanto ajetreo”.
Jorge Castañeda (Escritor – Valcheta)