viernes, julio 18, 2025
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Mónica Manrique, 35 años de entrega y humanidad en la salud pública sanantoniense

Después de 35 años de servicio en el sistema de salud pública, la enfermera Mónica Manrique se jubiló dejando una huella profunda en la comunidad de San Antonio Oeste, Las Grutas y alrededores.


No sólo por su trabajo profesional en distintas áreas del hospital y centros de salud, sino también por su incansable labor social, su vínculo con los sectores más vulnerables, y su capacidad de ser nexo entre las necesidades de los pacientes y las instituciones del Estado.

Una vida marcada por la vocación y la solidaridad

Moni, como todos la conocen, llegó desde Chile en 1987 con apenas 22 años y un bolso cargado de sueños. Buscaba encontrar a su madre biológica, pero su destino terminó escribiéndose en otra dirección: una vida dedicada al cuidado, la ayuda y la educación sanitaria.

«Cuando llegué a San Antonio, no tenía dónde dormir ni qué comer», recuerda. «Pero me abrí camino golpeando puertas, y fue en el hospital donde encontré un lugar. Yolanda, Juanita y Nelly fueron tres enfermeras que me dieron una oportunidad: me dejaban ayudar y, con su sueldo, me hacían un pequeño pago. Ellas fueron mi primer sustento y mi primer aprendizaje real en Argentina».

Su vocación nació a los 14 años, cuando fue internada y operada de una cadera en Temuco. En medio del dolor, conoció a una enfermera que la marcó para siempre: «María Belmar. Ella me hizo ver lo que una persona puede transformar con amor y cuidado», recuerda con emoción.

Una trayectoria que atravesó todas las áreas de salud

Desde aquel primer contacto en la guardia, Mónica transitó por casi todos los sectores del sistema sanitario: desde los CAPS en Las Grutas, el del Puerto del Este, el laboratorio del hospital A, y hasta servicios como cocina cuando las condiciones laborales eran adversas.

«Me ha tocado ver de todo: partos en taxis, accidentes fatales en Año Nuevo, momentos felices y tristes. La guardia me daba esa adrenalina que me hacía sentir útil», dice.

En sus últimos años se desempeñó en el área de laboratorio, a la que ingresó con temor por tratarse de algo completamente nuevo. “Pero tuve un gran equipo y un jefe espectacular. Me costó mucho despedirme”, confiesa.

Mucho más que enfermera: puente entre el hospital y la comunidad

Mónica no sólo fue enfermera. Fue también referente social, guía para migrantes, promotora de salud y educadora comunitaria. Desde inicios de los años 2000 fue parte fundamental de Adisado (Amigos Diabéticos de San Antonio), un espacio que comenzó en su propia casa y se transformó en un pilar para la prevención y educación en diabetes. También trabajó con Alcec y la pastoral de migraciones, recibiendo y asistiendo a personas migrantes, muchos de ellos jóvenes que llegan con las mismas incertidumbres con las que ella arribó hace casi cuatro décadas.

«Amo trabajar en prevención. Creo que la clave para que una persona con diabetes o cualquier enfermedad crónica esté bien, es la educación», afirma con claridad. Su casa siempre fue un refugio para quienes necesitaban guía, alimento, techo o simplemente ser escuchados.

Identidad y pertenencia: chilena y argentina

Su historia personal está marcada por la migración, la lucha y la reconstrucción de una identidad propia. “No soy de aquí ni soy de allá”, repite, como la canción de Facundo Cabral que la identifica. Nació en Villarrica, Chile, en 1965, y fue criada por vecinos, religiosas y una tía. A los 22 años decidió cruzar la cordillera sola, sin documentos, con el sueño de conocer a su madre biológica.

Su integración a la Argentina no fue sencilla. Enfrentó discriminación, precarización y obstáculos administrativos. «Hubo momentos en que me dijeron que no podía desfilar en un acto patrio porque era chilena. Sentí mucho dolor, pero también encontré compañeras que me defendieron y me pusieron al frente», recuerda.

Hoy tiene doble nacionalidad, y si bien su amor por Chile permanece, siente que Argentina le dio su destino: “Me quedé porque encontré una misión: ayudar a otros que, como yo, no tenían nada”.

Una despedida que no es tal

Aunque formalmente se haya jubilado, Mónica insiste en que no se retira de la vida ni de su compromiso con la comunidad. «Solo dejé de fichar. Voy a seguir ayudando mientras tenga fuerza. Porque la empatía no se jubila, y la vocación tampoco».

Con ella se va una forma de hacer salud: la del abrazo, el mensaje para conseguir un turno, el gesto humano detrás de la bata blanca. Se despide una referente, una voz de los sin voz, una trabajadora de la salud con profunda conciencia social.

Y como ella misma lo resume: «Me jubilé del hospital, no de la vida».

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