Opinión: Boleta corta o Boleta larga, esa es la cuestión

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Por estos días de cierre de listas provinciales los medios de prensa han descubierto un nuevo concepto electoral, el de la boleta corta. Básicamente se trata de que los gobiernos de partidos o espacios provinciales han decidido no pegar su lista de candidatos a Senadores y Diputados con ninguna de las listas de candidatos a Presidente de la nación.

Para entender este nuevo ‘fenómeno’ de la política es necesario hacer algo de historia, al menos la más reciente.

Desde 1983 hasta 1999 la política argentina estaba dominada por dos partidos políticos mayoritarios: el Partido Justicialista y la Unión Cívica Radical que, salvo contadas excepciones como Neuquén, fundamentalmente, o Corrientes y Tierra del Fuego, circunstancialmente, gobernaban en los demás territorios provinciales y en la inmensa mayoría de los municipios.

Salvo la elección de 1983 donde las boletas se presentaban al elector en pilas separadas por cada tramo de candidatos, en el resto de las elecciones generales hasta ese entonces se optó por pegar esos tramos construyendo las famosas boletas largas. Verdaderas listas sábanas de múltiples cuerpos donde se unían los diferentes tramos de candidatos, desde Presidente de la Nación hasta el último Concejal o Consejero Escolar de cada pueblo (para el caso de la provincia de Buenos Aires), pasando por senadores y diputados nacionales, gobernador, legisladores provinciales e intendentes.

Estas boletas llegaron a medir hasta 1 metro con 20 centímetros de largo en algunos distritos e hizo que se replantearan el tamaños de las urnas y se usaran sobres de mayor tamaño para poder ponerlas dobladas. Eso sí, para mantener las formas, se señalaba cada tramo por medio de una línea punteada, como las que nos enseñan desde el jardín de infantes se usan para indicar por donde pasar la tijera para hacer el corte, en caso de que el elector desee armar su propio menú electoral.

Esas boletas largas favorecían a los partidos nacionales generando un arrastre del presidente hacia el resto de la lista (recordemos ‘el alfonsinazo’ del 85 o el ‘menemazo’ del 95) o un empuje desde los intendentes. El objetivo, en síntesis, era que si se ganaba, que se ganara todo!.

El tema es que nos llegó el viento mundial de la crisis de las ideologías que, acompañado por nuestro propios vientos locales de crisis de representatividad de los partidos políticos, en 2001 conformaron la tormenta perfecta y muchos caciques locales y provinciales empezaron a separar sus destinos electorales de los nacionales ya así nació la boleta corta, que a partir de allí no solo no nos abandonó jamás sino que además se fue asentando cada vez más fuerte sobre el territorio.

Este echo encuentra una lógica que la fundamenta en una tendencia mundial que tiene dos pilares básicos: uno es la supremacía cada vez mayor del poder local sobre el global. (Así como el siglo XX fue el paradigma de las uniones nacionales y bloques supranacionales, el siglo XXI parece querer volvernos a la etapa subnacional previa donde el poder residía en las ciudades y en las regiones). El otro es la aparición del voto desregulado; ese que ya no responde a los principios rectores de fidelidad racional a los partidos políticos o ideologías sino que responde a cuestiones mas humanas y sentimentales como la empatía, simpatía, el odio o el asco del votante sobre cada uno de los candidatos en particular.

Empezamos a ver con mucha fuerza a partir de las elecciones de 2003 al abrir los sobres en el escrutinio provisorio que se realiza en las escuelas, votos armados por los electores integrando tramos ideológicos tan diferentes uno de otros como por ejemplo poner un intendente del partido de centro derecha como el PRO con un legislador del centro peronista y un presidente de la Izquierda MST. También empezamos a notar la volatilidad de los votos cuando comprobamos que en una misma localidad los electores votaban por el candidato-X en una elección para en la siguiente elección votar por su oponente-Y sin ningún tipo de justificación de fondo que motive ese cambio. Hecho que se constató aún en una misma elección entre la PASO y la general, como fue el caso de La Pampa, San Luis y Buenos Aires en 2017.

Es que el elector empezó a tomar noción de su poder real. El es el dueño del voto y se lo ‘presta’ al político que quiere en el momento que él quiera. Y cuando ese político ya no satisfaga los motivos por el cual se le prestó el voto, se lo quita dándoselo a otro. Y punto.

El electorado a sofisticado su acción electoral. Y vota lo que necesita en cada instancia/momento. Cuando necesita un intendente vota un intendente y cuando necesita un presidente vota un presidente. Su voto ya no se lleva ni a los empujones ni arrastrándolo. Su voto es único, independiente y no lo regula nadie.

Estos dos hechos objetivos que enmarcan el paradigma de lo que llamamos ´la nueva política’: mayor poder de abajo hacia arriba (intendentes fuertes y gobernadores fuertes) e independencia del votante de las ideas y los partidos del siglo pasado, configuran en nuevo escenario electoral presente y justifican el porqué de la aparición con tanta fuerza de partidos vecinales, o provinciales como Juntos Somos Río Negro que, a nivel local y provincial, exponen mayor poder político que los viejos partidos nacionales como la UCR y el PJ.

Y eso es lo que motiva la correcta decisión del partido JSRN de asistir a este nuevo convite electoral únicamente con su propia boleta, corta. Sin pegarse a ninguna expresión nacional que le es ajena.

En definitiva, el elector ya sabe a quién quiere votar. Y en Río Negro ya manifiesta en las encuestas que quiere hacerlo, mayoritariamente, por la fórmula Fernández-Fernández para presidente, por Alberto Weretilneck para el senado y por  Pedro Pesatti para intendente en Viedma.

Políticos diferentes pero con una cosa en común: gozan del cariño, el afecto y la confianza del votante. No hay más explicación que lo justifique. (@pablogusdiaz)

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