HISTORIAS SANANTONIENSES. “Modernos Tiempos” crónica histórica del desierto. Por Roberto Gonzo.
I – EL ARRIBO
El 20 de marzo de 1910, año del centenario de la Revolución de Mayo, tiempo de trajes de frac, carruajes elegantes y sombreros de copa, una época marcada por el telégrafo, la inmigración y la expansión de nuevos territorios, Puerto San Antonio vivió un acontecimiento que cambiaría para siempre su destino: la inauguración de un tramo del Ferrocarril Patagónico.
En aquella joven comarca del noreste patagónico, donde las aguas del Golfo San Matías acarician las costas de Punta Verde, los habitantes comenzaron su día reuniéndose en el muelle de madera construido especialmente para la ocasión. Allí, entre el paisaje de piedras infinitas y el silencio del golfo sin olas, los ojos se posaron en el horizonte sureste.
Poco a poco, una figura comenzó a hacerse visible: el remolcador Presidente Mitre avanzaba, impulsado por vapor, llevando a bordo a una distinguida comitiva. Liderados por el presidente José Figueroa Alcorta, los pasajeros desembarcaron con porte solemne, acompañados por ministros, ingenieros, periodistas y una banda de música. Entre ellos, se encontraba el ingeniero Guido Jacobacci, visionario artífice del proyecto ferroviario.
El evento culminó con saludos protocolares, la presentación de la imponente locomotora decorada con los colores patrios, y la preparación para el viaje inaugural hacia Valcheta, un trayecto de 100 kilómetros que simbolizaba el inicio de una nueva etapa de conexión y progreso para la región.
II – EL VIAJE
El tren partió, dejando atrás Puerto San Antonio en medio del sonido del vapor y el ritmo metálico de los rieles. Desde las ventanas, los pasajeros observaban un paisaje árido salpicado por matas verdes y la fauna autóctona, testimonio de las recientes lluvias.
En el vagón presidencial, el ingeniero Jacobacci rendía un informe sobre los desafíos superados: la falta de agua potable en Puerto San Antonio, la difícil geografía y las extremas condiciones climáticas enfrentadas por los mil obreros que construyeron el tramo ferroviario en apenas un año. Al otro lado del escritorio, el ministro de Obras Públicas, Ezequiel Ramos Mexía, escuchaba atentamente, destacando la importancia estratégica de la obra en la integración del territorio y el desarrollo económico.
III – VALCHETA
El tren llegó a Valcheta, donde una pequeña multitud esperaba con entusiasmo. Entre banderas y aplausos, la comitiva fue recibida por Adolfo Alaniz, director de la escuela local, quien organizó un agasajo en honor a los visitantes. En un ambiente festivo, el presidente Figueroa Alcorta pronunció un discurso optimista, mientras se disfrutaba un banquete de chivo y cordero acompañado de brindis.
Valcheta, oasis en el desierto con su arroyo cristalino y vegetación fértil, simbolizaba el potencial que el ferrocarril prometía desbloquear: una región conectada al resto del país, capaz de exportar su riqueza natural y cultural.
IV – VOLVER A BUENOS AIRES
El viaje de regreso estuvo marcado por el reclamo silencioso de los pobladores de Puerto San Antonio, quienes exigían soluciones urgentes a la falta de agua y a la injusta distribución de tierras. Sin embargo, la comitiva presidencial zarpó rápidamente rumbo a Buenos Aires, dejando detrás un proyecto que, aunque incompleto, abría una puerta al futuro.
En la capital, el país se preparaba para los festejos del Centenario, pero las tensiones sociales y laborales no tardarían en hacerse sentir. En ese contexto, la ley de fomento de territorios nacionales se posicionaba como una estrategia multifacética: integradora y simbólica, pero también funcional al centralismo y a los intereses de la élite.
Así, el ferrocarril Patagónico se convirtió no solo en un avance técnico, sino en un poderoso símbolo del progreso, la civilización y el esfuerzo por forjar una identidad nacional en los confines de la patria.